Novela

Tu casa

La Razón
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No hay nada como ir a casa de alguien para conocerlo. Porque la casa, como la cara, es el reflejo del alma. Y nada tiene que ver el tamaño, ni los oropeles o humildades materiales, en la casa más pequeña, como en la más grande, reside la naturaleza de su habitador.
En todas hay un carácter, una forma de ser y vivir la vida. Conozco un chico que vive en cuarenta metros cuadrados y cuando vas a su guarida te la enseña como si fuera un palacio. Tiene zona de estar, de dormir, de jugar, de meditar y una mesa con un par de plantitas primorosas, es su jardín, dice. Otra mujer conocida vive en un piso de cuatrocientos metros y no tiene habitación de invitados. Nadie puede quedarse unos días en su mansión, no hay lugar. Todo son salones y baños. ¿Tendrá amigos esta señora?
Hay casas muy cálidas en las que entras y enseguida encuentras tu espacio, ese sofacito pensado para el forastero, ese cuadro que parece puesto para ti. La generosidad del dueño es incuestionable. Su casa, como su alma, está abierta a los otros. Las casas hartadas a libros suelen ser de personas apegadas al pasado. Librerías llenas de polvo que no dejan entrar libros nuevos. La mayoría de los libros hay que soltarlos, como palomas mensajeras. Los olores cuánto dicen de uno… Y la luz, una casa con bombillas de veinte vatios en el techo, sin luces indirectas, es una casa triste. Y triste serán sus moradores. La casa, al contrario que la calle, destrozada por las autoridades, nos permite refugio y gozo. Por eso quien no tiene techo es el mayor desdichado del mundo.