Bruselas

España cambia por José Clemente

La Razón
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El día de las votaciones en las elecciones generales suele estar cargado de topicazos:que si fiesta de la democracia; que si día de exaltación y participación ciudadana; que si es el día en el que el pueblo habla... Ninguno de estos topicazos deja de ser cierto, pero su abuso para definir lo que es parte de un proceso que concluye hace que tengamos de él esa coletilla perversa. Y ni siquiera concluye, pues tras esta jornada viene la formación de los grupos, las acreditaciones, la formación de las mesas y de la propia Cámara, el Debate de Investidura y, finalmente, la formación del nuevo gobierno que el Rey sanciona con su promulgación en el Boletín Oficial del Estado (BOE). El de hoy, con ser el más importante de todo este largo proceso, es el día en el que el pueblo decide en libertad que es lo que quiere para una nueva legislatura. Ya sé que es una obviedad, pero conviene no olvidarla porque es el momento donde se expresa la soberanía popular, donde reside la legitimidad democrática. Este día con el voto castigamos y corregimos. Castigamos a los malos políticos y corregimos aquello que consideramos más oportuno. Quizá la partitocracia contamine la pureza del castigo al mal político, al político corrupto, pues basta con que su formación lo incluya en la lista para tener que aceptarlo o rechazar la lista entera. Grosso modo hoy se vota una legislatura y con ella las grandes políticas a desarrollar durante la misma. En esta ocasión las minorías pueden crecer o decrecer en la Cámara. Asunto éste muy determinante, ya que estas minorías pueden posteriormente condicionar las políticas generales de los dos grandes partidos, como ya ocurrió con CiU, PNV o Coalición Canaria en varios de esos periodos. Pero lo que hoy nos jugamos los españoles es algo más importante que eso, es, pura y llanamente, el seguir como estábamos o meter un cambio de rumbo copernicano que modifique de lleno lo que hasta ahora teníamos y no nos llevaba a ninguna parte. Incluso es más, necesitamos cambiar tanto que si no lo hacemos podemos hipotecar nuestro futuro y el de nuestros hijos para décadas, además de correr el riesgo de una recesión en toda regla y un empobrecimiento de vida que nos aparte de la Europa de la que somos miembros. El paro aumentaría a límites inconcebibles y antes o después acabaríamos siendo intervenidos. Hoy debe ser el día del cambio, el día en el que por mayoría aplastante los españoles dijimos basta al caos de nuestros gobernantes y abrimos las urnas para echarlos del poder. «Hoy debe ser un gran día...», cantaba Serrat y lo debe ser porque está en nuestras manos y no en ningunas otras el decidir qué es lo que queremos para mañana lunes y para salir de la crisis, un gran día para esos seis millones de españoles en paro que no tienen más futuro que la sombra de sí mismos. Toca ponerse a trabajar porque Bruselas ya le ha dicho al gobierno Zapatero que lo que debe de hacer es ayudarse a sí misma con ajustes de verdad que no han sabido o no han querido hacer. Toca cambiar unos gobernantes que hace tres días admitían haberse equivocado en las previsiones de crecimiento económico, cuando llevan siete años haciéndolo día sí, día también. Ya no se les perdona ni el ataque de sinceridad, o al menos que empiecen los seis millones de desempleados y todos aquellos que tal día como hoy acudieron a la calle Ferraz para sumarse a la victoria de Zapatero y pedirle que no les defraudara jamás. Entonces debió tener la sinceridad de estos días y haber admitido que no les iba a defraudar porque él era, en realidad, el fraude personalizado.