Chile

El protegido de Chile

Como cada jornada, Raúl Bustos se levanta ojeroso, gatea a ciegas y de forma sigilosa despierta a diez de sus compañeros. Durante seis horas, mientras el resto duerme, éstos se encargan de mantener el refugio en condiciones, organizar los insumos que llegan desde el exterior y repartir la correspondencia.

El protegido de Chile
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Así permanece atrapado junto a 32 mineros en las profundidades del desierto de Atacama, el más seco del mundo. Las temperaturas rondan los 36 grados, que sumados el hedor de las heces hacen pensar en algo parecido a un infierno. Sin embargo, demostrando una voluntad de hierro, los trabajadores convierten poco a poco el lugar en un santuario.

Repartidor de batidos
La mala ventilación los hizo instalarse en una de las rampas, unos 200 metros más abajo de la galería de 50 metros cuadrados donde quedaron atrapados. Ante el posible riesgo de infecciones e insalubridad, establecieron un sitio fijo para las deposiciones, que van enterrando con arena y cal. Porque la higiene es clave, aunque la limpieza sólo fue posible una vez que los equipos de rescate mandaron pasta de dientes, gel y agua, con los que Bustos se lava cada día los dientes y se moja las axilas. Antes, el escaso líquido se empleaba para beber.

Lo siguiente es desayunar. Bustos reparte los batidos elaborados por expertos de la NASA y nutricionistas chilenos. La dieta aumenta gradualmente para que produzcan la menor cantidad de deposiciones. Después revisan las luces de las camionetas, los cascos y las linternas.
También repasarán el mapa tipográfico de la zona. Antes de irse a la cama todavía hay tiempo para escribir a la familia, realizar algunos ejercicios y una partida de dominó.

Raúl Bustos recuerda lecciones del pasado. Y es que este mecánico ha sufrido las dos tragedias más fuertes que han azotado Chile este año: vivía en la costa cuando la ciudad fue sacudida por el terremoto y el tsunami de febrero.

Hace seis meses, la familia vivía en la ciudad portuaria de Talcahuano, donde Raúl trabajaba para los astilleros Asmar. Lo que el terremoto no derrumbó fue arrastrado por el tsunami que el movimiento sísmico desencadenó. Aunque la casa de la familia sobrevivió, los barcos del astillero Asmar acabaron en medio de las calles, y la empresa destruida.

Como tenía que mantener a su esposa y a dos niños, Bustos dirigió la mirada al norte de Chile, donde las minas salpican el desnudo paisaje lunar. Dos meses más tarde, encontró empleo en la mina San José, sin saber que de nuevo volvería a experimentar un desastre natural de grandes dimensiones.


«Mi Dios me da fuerzas»
Raúl Bustos padre no cree que su hijo esté «gafado». Cree que el destino juega estas malas pasadas y que «le habría sucedido cualquier otro tipo de accidente, en la calle o donde fuera». Técnico hidráulico, sus conocimientos sirvieron para fabricar una canaleta donde recoger agua. «Mi Dios me dio fuerzas para vencer el hambre. Aquí casi se desmayaron. Rezo por todos», escribió a su mujer.