Londres
Crimen y castigo por Julián Redondo
Es tan breve lo que escribimos, que alguien lo leerá. Tan efímero como el paso de Mullera por Londres para participar en una prueba con más obstáculos que los 3.000. Enredó, como Rodion; pero quien insinuó doparse y dejó huellas de su crimen en la red no encontrará alma cándida, una Sofía, que le cuide en el destierro. Será su castigo, por bocazas o por dedazos. «Escribir es como hacer el amor. No te preocupes por el orgasmo, preocúpate por el proceso» (Isabel Allende). Mullera se perdió una clase, de ahí el gatillazo global. Quería competir y corrió, tropezó, cayó y se descolgó. Careció de la grandeza de Al-Malki, primera catarí en unos JJ OO, rota a los diez metros de los 100, y de la primera saudí, la yudoca Shaherkani, un minuto de reivindicación antes de perder el histórico combate. También para la posteridad fue el agónico triunfo de Federer sobre Del Potro, o la derrota de Ferrer y Feliciano en dobles. Mas la gloria no es baladí, como las medallas de Mireia.
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