Emprendedores

OPINIÓN: Misión educadora

 
 larazon

La celebración en Madrid de la Jornada Mundial de la Juventud, con la presencia entrañable de S.S. Benedicto XVI, es buena ocasión para hablar de jóvenes y de valores. Quienes nos ocupamos de la formación de personas que un día tendrán puestos de responsabilidad en empresas y organizaciones debemos enfocar el tema desde el ángulo de la conciliación entre los comportamientos éticos y la eficacia empresarial. Permítame el lector algunas consideraciones formuladas desde la dirección de una Escuela de Negocios y Centro Universitario.
Los economistas, analistas, empresarios y políticos que vienen estudiando las raíces de la actual crisis –sobre todo con vistas a la superación de la misma- coinciden generalmente en identificar, además de sus aspectos financieros, económicos y políticos y como verdadero sustrato de los mismos, una crisis de valores en las personas y en las sociedades. La ausencia de valores básicos como la verdad, la justicia, la equidad, la fidelidad y la solidaridad resulta demoledora de la confianza, base de la vida personal, de la vida social y, por supuesto, de la economía. La confianza es la argamasa de la vida en común y de las acciones en común. Sin ella no hay empresa, contrato o mercado verdaderos. El auge, por el contrario, de actitudes codiciosas, de principios como la justificación del fin por los medios, de la búsqueda de la ganancia a corto plazo y «caiga quien caiga», es, además de contrario al perfeccionamiento de las personas y de las sociedades, un explosivo desencadenante de crisis como la que ahora padecemos.
¿Qué tiene que ver esto con las Escuelas de Negocios? Se ha llegado a decir que entre los responsables de la crisis se encuentran personas formadas en estas escuelas, que habrían recibido en ellas una buena formación directiva, financiera, de marketing o de dirección de personas, pero también la idea y el sentimiento de que lo más importante es el éxito económico, el dominio del mercado, el triunfo personal y el de la propia empresa, haciendo abstracción de valores morales que pudieran oponerse a los objetivos a conseguir o a los medios para lograrlos.
Si esto fuera así, estaríamos faltando a una de nuestras responsabilidades importantes. Y no podríamos escudarnos en que, al fin y al cabo, las Escuelas son como la sociedad en la que están y participan de sus problemas, de sus principios y sus valores. La excusa valdría acaso si nuestra misión fuera únicamente la de proporcionar instrucción y entrenamiento. Pero no si se considera nuestra misión «educadora», que hace referencia a una formación integral de la persona que desempeña una profesión o un puesto directivo de mayor o menor nivel.
Pero es que, además, el comportamiento ético es no sólo compatible con el éxito empresarial, sino favorecedor de un éxito sostenible a largo plazo, que es la verdadera finalidad de las empresas, que no son actividades de especulación y «pelotazo», sino instituciones con vocación de generar valor proporcionando bienes o servicios útiles y con duración en el tiempo.
Por nuestras Escuelas de Negocios pasan cada año, además de ejecutivos con experiencia que desean perfeccionarse como tales, un buen número de jóvenes graduados que, con el bagaje de conocimientos adquirido en la Universidad, quieren recibir una preparación específicamente diseñada para su salida al trabajo.
Nuestra responsabilidad para con ambos tipos de alumnos debe tener en cuenta, en su formación, las habilidades y conocimientos necesarios y también los valores éticos y de responsabilidad social. Y esto vale también y acaso en mayor medida, en el caso de las Escuelas que somos al propio tiempo Centros Universitarios, respecto a la actividad formadora de nuestros estudiantes de Grado o de titulaciones propias.
Estos valores éticos son fundamentalmente, en nuestra tradición cultural, valores derivados del cristianismo. Y hay que recordar las palabras del Papa, que visita nuestro país en la Jornada Mundial de la Juventud, recogidas con claridad y rigor teológico en su Encíclica Caritas in Veritate y que señalan que, en el contexto social y cultural actual, con una difundida tendencia a relativizar lo verdadero, «la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un desarrollo humano integral».