La Habana
La ciudad de la Mafia
En La Habana, Meyer Lansky se hizo con el control del juego y de los hoteles. Él repartía beneficios con el resto del crimen organizado
Hasta la fecha, a Lansky las cosas le habían resultado relativamente fáciles en La Habana. Desde que Batista le encargara la reforma del negocio del juego, Lansky había presidido un imperio en rápido desarrollo, repartiendo porcentajes y diseminando la riqueza con la intención de que la paz y la tranquilidad reinaran entre las filas de la Mafia. Representantes de Nueva York, New Jersey, Miami, Tampa, Cleveland, Chicago, Pittsburgh, Detroit y Las Vegas recibían una tajada en La Habana. Gracias a Lansky, los negocios iban bien y los pagos se efectuaban con un mínimo de discordia, hasta que apareció Anastasia.
Anastasia era un hombre duro, de hombros anchos y más de un metro setenta de estatura que pesaba unos noventa y cinco kilos. Tenía cara de director de pompas fúnebres, fría, con los ojos hundidos, pelo negro, espeso y rizado. En ninguna de las fotos en las que aparece en público –la mayoría de ellas tomadas cuando iba o volvía de algún proceso judicial– se le ve sonreír. Daba la impresión de ser un hombre que acarreaba una pesada carga, un hombre desagradable que era más dado a desahogarse mediante la violencia o repartiendo insultos que recurriendo a las sutilezas de la conversación cotidiana. No cabe duda de que el carácter de Anastasia lo determinaba en parte su papel en el Sindicato. Era el principal asesino, el máximo responsable de hacer desaparecer cadáveres. Como dijo un investigador del Comité Kefauver: «El señor Albert Anastasia tiene un montón de trapos sucios escondidos». (...)
Poco después de su viaje secreto a Italia, Anastasia solicitó una entrevista en Nueva York con los jefes de la Mafi a de La Habana. El encuentro tuvo lugar en el Warwick Hotel, un venerable edificio de la época de la prohibición situado en la calle Cincuenta y cuatro Oeste, en el centro de Manhattan. Anthony «Cappy» Coppola, el chófer y guardaespaldas de Anastasia, alquiló con tal fin la habitación 1.009. Según un reportaje publicado al cabo de unos meses en el «New York World-Telegram & Sun», asistieron a la entrevista «media decena de gángsteres norteamericanos y cubanos». «Todo el mundo se está haciendo rico ahí abajo en La Habana menos yo», dijo Anastasia. Cuando le recordaron que sacaba tajada del renovado hipódromo Oriental Park, respondió: «Sí, pero ¿qué hay de los casinos? Ahí es donde está el dinero, y vosotros lo sabéis».
Lansky y los demás ya habían trazado un plan. Los detalles se habían ultimado en las reuniones que se celebraban semanalmente en la casa de Joe Stassi en La Habana. «El Hilton es tuyo», le dijo Lansky a Albert.
El hotel más grande
La oferta parecía sustanciosa. El Habana Hilton había empezado a construirse casi dos años antes y la inauguración estaba prevista para mediados de 1958. Sería el hotel más grande de La Habana –con 660 habitaciones– y tendría un casino inmenso. Dar a Anastasia una participación cuantiosa reduciría los beneficios de todos los demás, pero valía la pena si con ello se evitaba un fuerte enfrentamiento con el Sombrerero Loco. El trato recibió la aprobación unánime de los miembros principales de la Mafia de La Habana.
Anastasia pareció satisfecho con la oferta, pero dijo que quería ir a La Habana y ver el hotel con sus propios ojos. No había estado en la isla desde que en diciembre de 1946 asistiera a la gran conferencia de la Mafia en el Hotel Nacional. «La oferta parece buena –dijo Albert–. Estaré allí durante los próximos meses para comprobarlo personalmente.»
Lansky salió del Warwick Hotel pensando que había evitado una grave crisis. Fue un ejemplo más de su capacidad de resolver los contratiempos del hampa de manera digna, sin derramamiento de sangre. Habían comprado a Anastasia y lo habían incorporado al grupo. Todo iba bien para Meyer, excepto una cosa: en Cuba, la situación había tomado un sorprendente giro desfavorable para su socio y benefactor, el presidente Batista. El mundo de la Mafia de La Habana se hallaba en trance de verse puesto patas arriba.
El problema para el régimen de Batista era que se había arriesgado en exceso al proclamar –con absoluta certeza– que Fidel Castro había muerto. A finales de febrero, el «New York Times» publicó el primer artículo de una serie de tres en el cual Castro resucitaba espectacularmente. Antes, la llamada Revolución había sido un asunto amplio y disperso. Ahora, con la noticia de que Castro estaba vivo y conspirando en la Sierra Maestra, era como si la oposición hubiese encendido la mecha de un barril que contuviera diez toneladas de pólvora. Nada volvería jamás a ser igual.
La forma en que se desarrolló la historia fue tan impresionante como la historia misma. A comienzos de febrero, agentes revolucionarios en La Habana se pusieron en contacto con un reportero de cincuenta y ocho años del «Times» llamado Herbert L. Matthews. Matthews no era el corresponsal regular del periódico en Cuba, pero había escrito sobre la isla anteriormente y entendía bien la política local. Cuando un miembro del clandestino Movimiento 26 de Julio le informó de que Castro estaba vivo, a Matthews le costó creerlo.
Decidieron que Matthews viajaría al interior de la Sierra Maestra para verlo por sí mismo y al mismo tiempo hacer la entrevista exclusiva de su vida.
Ficha
Título del libro: «Nocturno de la Habana»
Autor: T. J. English.
Edita: Debate.
Sinopsis: El crimen organizado, se fijó en Cuba en 1950. Meyer Lansky hizo buenos lazos con el dictador Fulgencio Batista y logró el control de la isla. Enseguida se hizo con los mayores casinos y hoteles de la ciudad, convirtiéndola en un centro turístico sin precedentes. Se celebraban las mejores fiestas, iban los personajes más famosos de la época y los juegos de azar brillaban en libertad y con grandes beneficios para unos mafiosos que llegaban después de haber hecho mucho dinero con la Ley Seca en Estados Unidos. Parecía el paraíso de la mafia; habían encontrado el lugar perfecto para llevar a cabo sus negocios sin preocuparse por nada más. Pero entonces llegaron Fidel Castro y Ernesto Guevara.
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