Nueva York
La esposa de Gallardón por fin fue dada de alta por Jesús Mariñas
Lo de Gallardón resultó una lección magistral que deberían editar. Resulta iluminador de la novelística de Vargas Llosa, nuevo hijo adoptivo de este Madrid al que llegó en 1958. Lo evocó sin nostalgia ni melancolía, quizá porque era una España que «me pareció ensimismada».
Recordó que en «aquel Madrid todavía podías seguir las huellas de Fortunata y Jacinta», mientras el alcalde abría las puertas del salón de sesiones donde hace seis años Simeón de Bulgaria fue el último merecedor de tal título. Gallardón rastreó, exhumó y citó «aquella tasca de Doctor Castelo con Menéndez Pelayo donde Mario empezó a escribir «La ciudad y los perros».
Mañana soleada y pocos académicos en este ambiente tan decimonónico, con lámparas de globos, bustos de Calderón y Lope y retratos de Isabel II y Alfonso XII. Ambiente finisecular para un escritor que dentro de una semana recibe el Nobel de Literatura. Ya tardaba. «Vamos sobreviviendo a él», reconoció contenida pero con emoción su esposa y musa Patricia. Es para Vargas lo que María del Mar Utrera al regidor: «Ayer por fin le dieron el alta médica», lo soltó con un ¡uf! aliviado tras meses de angustia y esperanzas. Bulló feliz, reconfortado, dispuesto al día a día, donde gasta imparable. Igual que Elvira Rodríguez comentando con Ana Botella , que hoy marcha a Nueva York con los suyos, sus últimos encontronazos políticos. «¿Qué es eso de que Aznar quiere volver a la política? Ayer recogieron tal deseo expresado televisivamente hace tres años», como si buscasen la salvación eterna. No nos vendría mal que echara una manita. «¡Quita, quita!», y esquivó contando como su hija Ana vuelve a ser madre en dos semanas.
«Viene otro niño, y será el cuarto», anticipó. La chaqueta le bailoteaba porque lleva perdidos 50 kilos de peso. «Y aún me quedan otros doce». Lo reconocieron ante Esperanza Aguirre, que se quedará sin vacaciones «porque estoy en campaña», y una Isabel Falabella de abrigo recamado en oro viejo. Era de Etro, como los perlones muy barrocos del collar y pendientes de Patricia quien oyó atenta el agradecimiento del Nobel con el que comparte vida y un éxito que siempre mira distanciada. «Después de oír a Gallardón, me costó dar las gracias. Fue excesivo...». «No es mérito mío, Mario, sino de mi esposa que sabe todo acerca de Vargas Llosa», descubrió a su hija Morgana, avecindada en los madriles desde que «a las 24 horas de conocerla la adoptó como ciudad de donde nadie la movería». Y en eso sigue.
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