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OPINIÓN: Borges

La Razón
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En 1991 visité Buenos Aires por motivos de trabajo. Entrevisté al ex presidente Alfonsín y al entonces presidente, el «turco» Menem, entrevista que publicó la revista «Tiempo». Pero, sobre todo, recuerdo de aquel viaje los despaciosos paseos por el Buenos Aires borgeano guiado por su viuda, María Kodama. Los cafés que frecuentaban, su casa natal, la ribera platense…
A Kodama la había encontrado en la embajada española, durante una recepción oficial por la visita del príncipe Felipe. Yo conocía a María de un par de visitas a Murcia, invitada por José María Álvarez para participar en «Ardentísima». Ella me recordaba, pero su primera reacción fue distante y casi cortante: al fin y al cabo yo era un periodista que quería saber cosas del «pudoroso» autor, aquel para quien ser conservador era «una forma de escepticismo».
Pero los largos paseos por la espléndida ciudad, trazada con espíritu racionalista como un tablero de damas (quizás eso explique la obsesión laberíntica de Borges)y a medida que descubrió en mi, más que a un impertinente inquisidor, a un admirador de su marido, del que conocía toda su obra, se fue confiando. Un día en que habíamos quedado en un café llegó con un «regalo»: la sentencia, ejemplar, recién dictada por un juez, que le permitía ser llamada «viuda de Borges», algo por lo que había mantenido una larga querella con la familia del autor. Me pidió que la divulgara. Así lo hice.
Se cumplen ahora 25 años de la muerte de Borges, cuya lectura era una continua celebración de la inteligencia, una promesa de felicidad. Su muerte inauguró mi orfandad intelectual, que no ha dejado de crecer con los años: he ido perdiendo las referencias vivas de mis maestros. Me gustaría ser alguna vez digno lector de sus libros, merecerlos. Me gustaría ser tan pudoroso como él. Y tan valiente.