Literatura

Bruselas

«Rimas»

La Razón
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Se llamaba –y espero que se siga llamado – José Martínez de Velasco y fue en San Antón mi profesor de literatura en cuarto y sexto de bachillerato. En este último curso, ofreció poner un diez al alumno que le pudiera recitar en un par de días diez rimas de Gustavo Adolfo Becquer sin titubear. Sólo uno de mis compañeros, al que interesaba, sobre todo, el estudio de las Ciencias naturales, recogió el guante. No se llevó la ansiada nota a pesar de que Martínez de Velasco le permitió intentarlo dos veces. Descubrí entonces que aquel profesor –con el que aprendí de literatura y gramática lo que ahora no se aprende ni en la universidad– se sabía de memoria las Rimas de la misma manera que tenía en la cabeza infinidad de poesías que iban de Lope de Vega a Cervantes pasando por Machado, Amado Nervo o Gonzalo de Berceo.
Eran otros tiempos desgraciadamente pasados. Con todo, no sólo aquel audaz compañero se adentró en las Rimas. Otro –no consigo recordar cuál– se las había comprado y aceptó dejármelas para que las leyera. Comencé la lectura nada más subirme al vagón del metro y, durante un fin de semana, las leí y releí una y otra vez. Quedé subyugado por la musicalidad de aquellos versos que no seguían por regla general metro alguno y que, sin embargo, poseían un ritmo difícil de imitar.

Versos y amas de casa

Allí me encontré desde la historia del arpa que dormía «del salón en el ángulo oscuro», a las «oscuras golondrinas» que «volverán de tu balcón los nidos a colgar» pasando por el «poesía eres tú». Tengo la sensación de que Martínez de Velasco –y los que eran como él– fueron jubilados hace décadas impidiendo así que transmitieran su saber a generaciones que ya no distinguen un soneto de una col de Bruselas. También me temo que Bécquer dejó de ser leído hace mucho tiempo tras épocas de la Historia de España en las que modistillas, amas de casa o empleados de banca podían recitar de memoria algunas de sus poesías con la mayor naturalidad. Es obvio que junto con la sabiduría había que destruir la belleza. ¡Cuánta burricie gris, fea y soez le debemos a la LOGSE!