Acoso sexual
El señorito por Alfonso Merlos
Garzón en estado puro. Don Baltasar vuelve a desbarrar, se vuelve a pasar de frenada y vuelve a retomar por todo lo alto su obsesión vital: la persecución que incansablemente sufre y que es orquestada por quienes, desde su irreductible sectarismo partidista o ideológico, no entienden que sea el incuestionable campeón mundial de la justicia. Incluso condenado. Incluso probado algún delito perpetrado en el ejercicio de su sacrosanta misión.
Lo más triste del farragoso testamento propalado por Don Baltasar, preñado de incongruencias sintácticas y tropezones semánticos, es que no ha entendido lo fundamental. O no ha querido. Hay pocos oficios más nobles que el de escolta porque no abundan quienes están dispuestos a entregar la vida propia para salvaguardar la ajena. Pero un protector profesional no puede ser un recadero, ni un utillero, ni un chófer. Y todos conocemos a un puñado de desaprensivos que se valen de los guardaespaldas para que carguen con las bolsas del supermercado o lleven a los niños al colegio o compren el periódico y los bombones.
Sin haber acusado nadie a Don Baltasar de haber incurrido en estos excesos extremos, sí que es verdad como hoy prueba LA RAZÓN que sus abusos eran sistemáticos, y que el desconocimiento de los mismos no exime de su responsabilidad por cometerlos al condenado juez. ¡Y él debería ser el primero en saberlo! Como sobradamente sabe que las presuntas agresiones o provocaciones de Interior, de las que con tanto ardor se defiende, simplemente existen en su imaginación.
¿Cree de verdad Don Baltasar que no tiene otra ocupación más importante ni prioritaria el departamento de Fernández Díaz que la de diseñar una cacería para colocarle al borde de la indefensión? No desmesuremos, por favor. Es todo mucho más simple. Garzón es un protegido. Ni él ni nadie puede ni debe ejercer de señorito, de amo que utiliza a sus criados. Es lo sensato. Y es lo legal.
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