Albacete
Todos calvos por María José Navarro
Se ha muerto el mayordomo de Angela Channing y el mundo se ha quedado como si nada, como si pudiera pasar sin un señor tan reconcentrao y tan eficaz. Se ha muerto Chao-Li-Chi, Chu-Lí, Chu-Lín en Albacete y encima lo ha hecho como los orientales de bien: sin dar una sola voz ni un espectáculo, ni se oyeron gritos ni golpes ni nada de nada. En mi familia somos más de montar un pollo y de hacer un dramón de los de desparramar. Además, en cuanto llegamos al tanatorio, aquello es un no parar de abrazos y de desmayos, pero los chinolis son contenidos y de poca conversación, así que prefieren morirse sin avisar demasiado. Se murió Chu-Lín tan pancho, ya ven, tan discretamente que tardaron varios días en enterarse de que ya no respiraba, que es un detalle que al principio reconforta y luego te pone muy mal cuerpo, la verdad.
El caso es que se ha muerto Chu-Lí y se acuerda una de aquel episodio donde acontecía un terremoto grandísimo en el Valle de Tuscany y él salía ileso, apenas con un poco de polvo de talco en la solapa y recuerda cómo Peter Stavros le encomendaba la vigilancia del casoplón y los viñedos y se le llenan a una los ojos de lagrimones como kiwis. Lo que no pudo aquel movimiento de tierra lo ha conseguido el Altísimo, así que nos queda esperar únicamente que vaya al cielo de los mayordomos, donde también estarán el de Enredo y el que tenía Richard Channing, que era más malo que el sebo y que lo mismo te pasaba la vaporetta que se cargaba a un acreedor.
Coincide la noticia con la vuelta de Los Pecos y es otro motivo más de hiperventilación y luto posterior. Yo no tengo nada en contra de la vuelta de Los Pecos porque a mí me encantaba el dúo, primero el rubio y, pasados los años, el moreno. Me pasó lo mismo con Starsky y Hutch, que primero me enamoré de David Soul y luego del otro, y también me ocurrió con los hermanos de «Hombre rico, hombre pobre», pero al revés: primero me encantaba el bueno y luego me hacía tilín el malo, que era rubio y ahora es un borracho. Pasado el tiempo, te cambia el gusto y empiezan a gustarte canos, con muy mal pelo, o directamente, calvos. Con la política pasa lo mismo, que miras hacia atrás y a estas alturas de la vida ni los rubios ni los morenos. Efectivamente: te has quedado para vestir santos.
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