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OPINIÓN: Homo Sacer

La Razón
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En «Homo Sacer», Giorgio Agamben habla de la figura del derecho romano que se aplicaba a aquellos sujetos cuya vida, tras haber cometido un delito, estaba expuesta al poder soberano. El homo sacer no podía ser sacrificado, pero podía ser asesinado sin impunidad, ya que su muerte no tenía valor alguno. Esta figura, que Agamben recupera para hablar de los parias del siglo XX –masas exterminadas que no llegan a ser sujetos políticos, sino mera vida física– sitúa al individuo al margen, entre la ciudadanía y la vida social. Está vivo, pero es como si ya estuviese muerto, como los forajidos de los Western: «Se busca vivo o muerto».
En cierto modo, el asesinato –porque matar a alguien, ya sea «legalmente», en guerra, o en acto de terrorismo, no es otra cosa que asesinato– de Osama Ben Laden sólo se entiende según el modelo del homo sacer. De hecho, el titular de las noticias ha sido: «EE.UU. mata a Ben Laden». Es decir, es el pueblo, «el poder soberano», el que imparte justicia y juzga que esa persona ya no es una persona. El problema está aquí, por supuesto, no en que el sujeto mereciese ser matado –y descuartizado en trocitos pequeños–.
El problema es lo que supone que un poder soberano, el estadounidense, expanda su soberanía a un lugar lejano, y allí, sin impunidad alguna, «haga justicia», y no sólo para desarticular una red terrorista –que, desgraciadamente, seguirá operando–, sino para realizar una «venganza simbólica». Y para que esto suceda así sólo hay dos opciones: que estemos en guerra o que hayamos asistido a un acto de terrorismo global. Si en su día no apoyamos esa guerra, no podemos ahora congratularnos felizmente con este asesinato –aunque hubiésemos querido matarlo con nuestras propias manos–.