Serbia
El carnicero y sus rosas
3.850 kilómetros separan Sarajevo de la Torre Eiffel. Lo sé gracias a la señal colocada en el túnel Sobrinja, un pasadizo secreto de 800 metros construido durante el cerco a Sarajevo (el asedio más largo de la Historia, 1.350 días, superando las 900 jornadas que sufrió Leningrado), que iba desde una casa particular hasta el aeropuerto. Un grupo de bosnios lo construyó en cuatro meses. Se tardaba unos 25 minutos en recorrerlo. Por aquel agujero se escaparon hasta un millón de bosnios en más de tres años. No tuvieron esa suerte los cientos de miles de personas que murieron en la Guerra de Bosnia, ni tampoco los 8.000 bosnios asesinados el 11 de julio de 1995 en una de las matanzas más brutales que se recuerda: Srebrenica. Hombres y niños musulmanes fueron fusilados, degollados o enterrados vivos. Este suceso contribuyó a reafirmar la idea de que Bosnia se había convertido en un gran cementerio en el que no cabían más muertos bajo la tierra y los cuerpos sin vida debían permanecer en la superficie.
Uno de los responsables de ambas proezas humanitarias, el sitio a Sarajevo y la matanza de Srebrenica, fue el general Ratko Mladic, El «Carnicero de Srebrenica», jefe militar de Radovan Karadzic. Junto a Milosevic , esta terna de la muerte se alimentó del sueño de Hitler y de su Solución Final para formar una Gran Serbia, donde bosnios y croatas no tuvieran cabida. Era su particular limpieza étnica. «Sarajevo será un caldero negro donde los musulmanes morirán y desaparecerán de la tierra», advirtió Karadzic. La imaginación de Mladic y sus amigos no conoció límites: organizaron centros de violación donde mujeres bosnias, desde los 2 hasta los 90 años, eran violadas, torturadas y asesinadas; encerraban a familias bosnias en su casas, tapiaban ventanas y puertas, les prendían fuego y aguardaban en el exterior para deleitarse escuchando sus gritos de dolor; les llevaban al puente sobre el río Drina, les degollaban y arrojaban sus cuerpos al río hasta teñir sus aguas de rojo. Todo por el placer de matar.
Hay un mural de color rojo en el viejo mercado de Sarajevo, donde en 1994 mataron a 57 personas. En él se puede leer: «Reza por ellos y no dejes de contar a otras gentes lo que pasó en Sarajevo». A pocos metros, todavía se pueden ver las huellas que dejaron los morteros serbios al impactar contra el asfalto y que la población decidió rellenar con resina de color rojo. Son las Rosas de Sarajevo, el homenaje a las víctimas de aquella masacre televisada a diario ante la pasividad de la comunidad internacional. El último homenaje que ansían sus familiares está en manos del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. Hay bosnios en más de 120 países del mundo. No quieren volver a su país. Demasiados recuerdos para tan poca justicia.
Reyes Monforte es autora del libro «La Rosa Escondida»
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