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Un tipo serio

La Razón
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No puedo entender que algunos analistas políticos se quejasen amargamente de lo poco ameno que resultó el discurso de Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados. ¿Esperaban acaso que resultase divertida su exposición en un momento de inquietud general en el que incluso a los humoristas les da la espalda su público? A pesar de no haber sido uno de sus votantes, no encuentro argumentos para descalificar al Sr. Rajoy en función de que su discurso haya sido aburrido, entre otras razones, porque las urnas le han convertido en aspirante a la presidencia del Gobierno, no en candidato a la presentación de la gala de los Goya. Probablemente el Sr. Rajoy ha sido poco expresivo, es decir, ha expuesto la cruda realidad sin adoptar una actitud de profundo pesimismo de la que pudiera derivarse el desencantado prematuro de la ciudadanía que confía en sus decisiones. ¿Habría sido mejor que trazase un panorama desolador que nos encogiese el ánimo y nos indujese a cruzarnos de brazos y esperar la hecatombe sentados sobre las heces en la acera? En ese caso se escandalizarían los tristes, los agoreros y cuantos desde la oposición están deseando que el candidato fracase cuanto antes. ¿Cuál habría de ser la actitud que colmase las expectativas de sus detractores? ¿Partirse de risa al analizar la situación?¿Romper a llorar? ¿Arbitrar soluciones simpáticas o pintorescas, como hizo el presidente Zapatero, que nos dejó la extraña sensación de haber estado gobernados por alguien capaz de presentarse en el tanatorio con un vibrador para la viuda, juguetes negros para los huérfanos y pasteles para el difunto? Dejemos que el Sr. Rajoy haga su trabajo y pidamos luego explicaciones. La suya de ayer fue una intervención algebraica y sumarial. Estuvo serio, como es habitual en él. No podía ser de otro modo. Estaba hablándole a un país en el que a veces parece que sólo estén en su sitio los muertos.