Miami

Los problemas reales del latino por Pedro González Munné

La Razón
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Las elecciones presenciales, como todo el proceso político en los EE UU, es un oneroso circo. Los candidatos se pasean por el inodoro multicolor de la televisión norteamericana esparciendo discursos mendaces elaborados por puntillosos artífices de la publicidad. Los números de las encuestas muestran a los hispanos votando o prometiendo apoyar a un candidato y a otro, mientras la realidad es que de los más de 52 millones de hispanoparlantes en los EE UU –sin contar otro 10% extra de indocumentados–, menos de la mitad (23,7 millones) podemos votar. Lo grave no es eso, sino que solamente el 21% (10,9 millones) están inscritos para votar. En 2010 apenas 6,6 millones votamos, menos que negros y, por supuesto, blancos norteamericanos. Otra parte de la tajada radica en que la inmensa mayoría de esos posibles votantes (75%) nacieron en Estados Unidos, sobre todo en familias de origen mexicano, lo cual nos hace caer en otro aspecto del mito del votante hispano.
 Esta mayoría silenciosa se caracteriza por la indiferencia ante el proceso político, sobre todo teniendo en cuenta que la prioridad para un hispano en los EE UU es encontrar trabajo y mantener a su familia. Encontrar un trabajo, poder estudiar un oficio bien pagado se convierte en algo doblemente difícil cuando te apellidas González o Martínez. El racismo existe y es mucho más radical contra nosotros, las personas pardas, como nos calificara el viejo Bush. Cifras recientes del Gobierno federal norteamericano declaran que el desempleo en octubre supera el 12% en los jovenes entre 18 a 29 años de edad, y en los hispanos alcanza el 13,4%. Aparte de ello, 1,7 millones de jóvenes adultos no se cuentan como desempleados por el Departamento de Trabajo federal porque, sencillamente, desistieron en su búsqueda de un empleo. Por lo tanto, ¿qué interés puede tener nuestra gente en participar en un proceso político al cual no le ven beneficio inmediato para sus vidas?

Esas son las preocupaciones reales de la gente que ninguno de los candidatos ha respondido satisfactoriamente. En el caso de los cubanos, es totalmente diferente, pues se declaran masivamente republicanos. Este grupo, controlado por una generación perversa –amputada por el bisturí del poder revolucionario cubano en los 60– supone gran parte de los 1.207.020 votantes inscritos, de los cuales son de origen latino el 52%.

Un punto importante en este tema ha sido el crecimiento considerable de las llamadas «boletas ausentes» en los últimos diez años, las cuales hoy suman 173.211. Diseñadas para las personas que por serios problemas personales o de enfermedad no podían acudir a las urnas el día de las elecciones, se han convertido en clave de la maquinaria política local, la cual las vende a los políticos a 50 dólares por cabeza. Otro grupo importante de votos controlados son los viejos latinos, sobre todo cubanoamericanos que sobreviven en los comedores y centros de ancianos pobres. Solamente en Miami se dan estas componendas y todavía hay quien se asombra que salgan electos los mismos políticos corruptos que han destruido esta comunidad y cuyo caballo de batalla es mantener el embargo a Cuba para luego exprimir los fondos federales destinados a las llamadas «organizaciones exiliadas por la libertad», las mismas que chantajean, aterrorizan y mantienen subyugado a este «ganado electoral».

A estos viejitos los transportan en los ómnibus del sistema escolar local, les dan un refresco y un pan con una tarjeta con los números que tienen que «ponchar» en su boleta para elegir a quienes determina la maquinaria política local. Señores, esto es pura democracia representativa al estilo norteamericano, quien lo dude, que venga y lo vea.