Amnistía fiscal
El persuasor
Sostiene Aurora Mínguez, periodista solvente afincada en Alemania, que la señora Merkel, pese a su pétrea imagen de mandona irreductible, sabe escuchar a quien discrepa y admite críticas bien razonadas. Si es así, ya se diferencia bastante de cualquier político español de medio pelo. A Mariano Rajoy, vicepresidente económico de Mariano Rajoy, le corresponde mañana agarrar la oportunidad al vuelo y desplegar ante la canciller las dotes de seducción que él atesora (ocultas, por pura timidez, a la opinión pública española). Si Aznar leía a Pla para chapurrear el catalán a oscuras, Rajoy habrá hojeado a Goethe para soltarse en alemán con la señora. En ausencia de Hernández y Fernández (digo De Guindos y Montoro), tendrá que encargarse el presidente –«¡dejadme solo!»– de interpretar la partitura estereofónica que ha compuesto su Gobierno: por el canal derecho informa de su determinación para cumplir el 4,4 de déficit público, por el izquierdo hace saber que lograr ese recorte es imposible. Los números en crudo indican que el mensaje cierto es el segundo, aunque el Gobierno, agarrotado en su desconcierto, haga prevalecer provisionalmente el primero. Los partidarios de aflojar los plazos del equilibrio presupuestario (antes llamado «moratoria» y ahora «morantoria» en atención a Montoro) sugieren que la canciller está receptiva al crujir de dientes que resuena en los infiernos periféricos. Ella es impermeable a la misericordia, pero no a las matemáticas. Si Rajoy aspira a diferir un tercio de la pena, habrá de empezar a jugar mañana mismo sus cartas. ¿Recortes? Por supuesto, Angela. ¿Reformas? Díme cuántas quieres. ¿Impuestos? Volveré a subirlos. Pero concédeme un botellín de oxígeno, dame cuartelillo para que el desaliento no cunda. He aquí la duda: ¿acude Rajoy con la sola intención de agradar a la generala o para defender ante ella un criterio propio? Berlín aguarda. Una delgada línea roja separa al discípulo aventajado del alumno pelota.
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