Cine

Castilla y León

A Chema Sarmiento

La Razón
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Cuando, hace unos días, me enteré de que presentabas otra película en el festival de cine de Valladolid y de que la tuya iba a tener como protagonista a un adolescente con síndrome de Down, recordé nuestras conversaciones en Silos. Fueron aquellos días de cine y de confidencias sencillamente inolvidables. Por tus películas, inspiradas en viejas historias que pudieron suceder en tu León natal -en el catedralicio o en ese otro olvidado del Bierzo galaicoparlante-, pasaban como actores personas de la calle y de la aldea que hacían su papel con la naturalidad de quien encarna, poco más o menos, su propio papel en la vida real. Tus películas nos asomaban por la ventana de la gran pantalla a la vida ordinaria de los seres más insignificantes: ancianos, niños, mujerucas de pueblo. Y todos ellos tratados con ternura, con entrañable delicadeza. Eran, con frecuencia, supervivientes de un mundo a punto de desaparecer o ensimismados en él como si el mundo entero se acabara en los límites de un poblachón venido a menos o en los alrededores de una airosa catedral. No siempre que la literatura se adapta al cine vemos aparecer ante nosotros dos obras de arte donde había primero una sola. Ni siempre que el arte, el que sea, expresa sentimientos acierta a respetarlos. No siempre, en fin, el ojo que mira el mundo lo deja existir tal como es o, más bien, tal como se obstina en seguir siendo. Pero tú, querido Chema, has elevado la nostalgia y la ternura a la altura de los sentimientos más nobles de un ser humano. Ahora que la sociedad de consumo nos ha habituado a olvidar de prisa, tú nos enseñas que recordar es amar, amar despacio, con entrañable delicadeza.