Reino Unido

Fresas nobles y tenis

El ambiente del torneo le hace diferente al resto n El público hace cola hasta para estar en la popular colina Henman al lado de la pista central

Pippa Middleton, en la central
Pippa Middleton, en la centrallarazon

LONDRES- Se escucha un susurro entre los asientos destinados a la Prensa en la pista Central. «¿Dónde está?». Se sigue jugando, pero hay algo que inquieta a los periodistas. «Ahí, ¿no la ves?, va vestida de rojo, al lado del tipo de americana y corbata»…. «¡La tengo!». El reportero consigue su propósito. Todos respiran aliviados. Localizada la situación de Pippa Middleton –la hermana de la Duquesa de Cambridge se ha convertido en toda una revelación para la alta sociedad británica–, uno ya puede centrarse en el juego. Así es Wimbledon, un micromundo en el que comparten protagonismo a partes iguales el tenis, las costumbres ancestrales anglosajonas y las diferencias entre clases.

El Centre Court Debenture es uno de los puntos que ofrecen salas de encuentro, relax y restaurantes a las personas que se pueden permitir pagar entradas para la pista central las dos semanas del campeonato. Valen más de 5.000 libras y ni siquiera en los años de crisis más acusada han quedado asientos libres. Debajo se encuentra la cantina. Se podría decir que es la zona menos glamourosa, pero aún así cuenta como mobiliario con las famosas sillas de metacrilato transparente «Luis Ghost». Precio por unidad: 90 libras. Claro que la exquisitez de los detalles nada tiene que ver con la zona dedicada a los miembros del All England Tennis Club. Su restaurante conecta directamente con la central. Cuando acaban los partidos, los miembros del Club salen a tomar cócteles a una terraza donde incluso los camareros van vestidos de etiqueta. El resto de los mortales les ven desde abajo y les hacen fotos. Como si se tratara de una especie en vías de extinción.

La imagen es pintoresca y recuerda al ambiente del Titanic. Todos están en el mismo barco, pero no se mezclan en ningún momento. Las zonas nobles están perfectamente delimitadas y para acceder a ellas hay que tener dinero o contactos. No hay camarotes, pero la posición en el palco de la pista central, en este caso, lo dice todo. Hay una cosa, sin embargo, que es igual para unos y para otros. Se trata del mítico bol de fresas con crema. En la zona noble y en la colina tienen el mismo precio: 2,50 libras. Cada año se venden aproximadamente 28.000 kilos de fresas. Los más pudientes las acompañan con champán (se venden 25.000 botellas, la más cara cuesta 100.000 libras). El resto de los mortales las «bañan» con Pimm's –se sirven 200.000 vasos–, la típica limonada inglesa. Algo parecido a la sangría, pero con un nombre más «chic».

Todos hacen cola para probar el exquisito manjar. Porque otra cosa no, pero los ingleses son expertos en hacer colas. Nadie como ellos para aguantar horas y horas en fila sin perder ni los modales ni el humor. Aunque acaben empapados por la lluvia. En Wimbledon hay colas para casi todo, hasta para conseguir una entrada que te permita sentarte en la colina Henman, pero la fila por excelencia es la que se forma para poder acceder a la gran final. La gente es capaz de acampar durante días.

Pese a que la entrada más barata se puede adquirir por 14 libras, en el momento en el que uno entra al recinto le embarga la emoción y cae sin problemas rendido al gran negocio del «merchandising». Todo está a la venta. Desde las pelotas utilizadas durante los partidos (una libra por bola), hasta el atuendo blanco de chaqueta y pantalón al más puro estilo Federer (1.800 libras). En 2010, las ganancias superaron los 31 millones de libras.

Se entiende por tanto que los organizadores no tendrán muchos problemas para amortizar los 80 millones de libras que costó la cubierta de la pista central. Este año ha sido la gran estrella del torneo. Es curioso. El ser humano es capaz de utilizar móviles de última generación, pero se queda con la boca abierta cuando un techo móvil cubre totalmente la hierba. Se escucha un «!!!Ohhh¡¡¡» interminable y la gente aplaude entusiasmada. Pequeñas anécdotas del siglo XXI en un torneo marcado por la tradición.


La leyenda de la carta de Catalina
Dicen que está en el museo, pero se ha convertido más en una leyenda que en otra cosa porque, después de rastrear cada rincón, uno no ve ni rastro de la presunta carta que la esposa del príncipe Guillermo escribió al All England Tennis Club. La duquesa de Cambridge envió la misiva en verano de 2008, cuando sólo era la novia «no oficial» del heredero, agradeciendo el trato que recibieron ella y una amiga cuando fueron invitadas a la colina Henman. El club asegura que contó con el permiso de Catalina para exponer la carta. Nadie pensó en lo que pasaría después. Las faltas que contenía el texto han hecho correr ríos de tinta en Reino Unido. La futura reina confundió «quiet» –tranquilo– con «quite» –bastante– y «till» –no existe– con «til» –hasta, abreviatura de «until»–. Se habla de dislexia.