Novela

Fantasías por Marina CASTAÑO

La Razón
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Existe mucha ignorancia en cuanto a ese mar sin orillas que es la vida sexual.
Tan es así que el fetichismo y el travestismo se calificaban, hasta hace no mucho, como unas enfermedades o bien como desórdenes mentales, pero se llegó finalmente a la conclusión de que sólo merecían el calificativo de «fantasía sexual».

Todo el mundo, en mayor o menor medida, lleva un fetichista dentro. Pero que nadie se asuste: ser fetichista no significa que un hombre o una mujer se enfunde en un corsé y unos ligueros, que también.

El fetichista se embelesa con un sujetador rosa, con una corbata de pajaritos o con las bragas de Bridget Jones, tan ingenuo y sencillo como eso. O, por ejemplo, los zapatos. ¿Cuánta gente, de no importa qué sexo, no siente cierta fascinación por unos magníficos zapatos de tacón interminable? Que tire la primera piedra quien sea capaz de rechazar este extremo.

Pero no quiere decir que ésto sea bueno ni tampoco que sea malo, es así, sin más, porque la cabeza de cada uno es un campo al que no se pueden poner puertas, que tampoco sería adecuado, y porque la relación entre dos personas sólo la entienden esas dos personas y nadie más.

Incluso cuando una pareja termina por romperse y ambos individuos inician una nueva relación cada uno por su lado, seguro que todo es muy diferente que en la experiencia anterior que mantuvieron: seguro que ningún movimiento se volverá a repetir, y aunque las fantasías individuales permanezcan éstas se manifestarán de otra manera, porque cada individuo es distinto, por suerte, y porque las etapas de la vida no se repiten. Además, como vengo sosteniendo desde los inicios de esta columna, lo que pasa en el interior de una alcoba, es cosa de quienes la ocupan.