Buenos Aires
Cadena perpetua contra Videla por los crímenes de la dictadura
Jorge Rafael Videla ya advirtió desafiante: «Si han venido a la ciudad de Córdoba a presenciar un drama, pierden su tiempo». Fiel a sus promesas se mantuvo firme mientras el Tribunal Federal número 1 le condenaba a cadena perpetua.
Tampoco se estremeció cuando dentro de la sala la gente empezó a festejar y llamarlo asesino. Estaba previsto. Era el juicio más emblemático, la sentencia del primer presidente «de facto» de la dictadura militar por el secuestro, la tortura y el asesinato de 31 presos políticos.
La mañana del 24 de marzo de 1976, un suspiro de alivio recorrió las calles, todavía asfaltadas con las hojas del otoño que volaban al paso de los vehículos militares. Si alguien esperaba una encendida defensa popular del último Gobierno peronista de la década, se equivocaba. La sociedad y su dirigencia optaron entonces por el astuto consejo de Juan Perón cuando el golpe militar de 1966 dijo: «Hasta que aclarara».
Sólo que nunca aclaró y únicamente quienes padecieron de inmediato la furia de los dictadores intuyeron el carácter criminal que tenía aquello que fue con un nombre de anestésico: Proceso de Reorganización Nacional.
En sus últimas palabras antes de recibir la condena, Videla pretendió escudarse en el apoyo social o en el aval de los partidos para justificar los crímenes, es un acto de cinismo feroz. Habló de una «orgía de violencia» en vísperas de la dictadura y recordó que la «guerra» contra el «terrorismo» comenzó con el Gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón y «contó con la adhesión mayoritaria de la ciudadanía» en un «caso único» en la región.
En la intimidad de su celda, sabiendo que sus huesos se pudrirán entre rejas, sigue luchando contra sus demonios, peleando su propia guerra sucia. Hace dos años que se acostumbró al frío catre, condenado por el secuestro de bebes. De carácter reservado, sigue ostentando el mando entre los 29 represores que se encuentran encerrados con él y que en este mismo juicio han recibido penas que van desde los 25 años hasta la cadena perpetua.
Ayer, mientras el juez leía la sentencia, los argentinos vieron su semblante por última vez. Deseando borrar su rostro y cerrar las heridas. En la sala este ex dictador convertido en anciano, se mostró como si aún estuviera en el poder. Siempre, moderado, devoto, austero, parco e intachable. Fue su último aliento antes de volver a la celda y caer en el olvido.
Organismos de derechos humanos confían en que el represor sea trasladado a una cárcel común de Buenos Aires, donde tendría que esperar el próximo juicio en su contra, que se celebrará en Santiago del Estero por el asesinato de un estudiante en 1976.
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