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Esperpento en el colegio por Sergio ALONSO
Esperpénticos, kafkianos, surrealistas... Los sucesos vividos en las últimas semanas en el Colegio de Médicos de Madrid y que han desembocado en la dimisión casi forzada de su presidenta, Juliana Fariña, han merecido éstos y otros calificativos en el sector sanitario. Pocas veces antes en la historia del corporativismo profesional en España una entidad había caído tan bajo, y pocas veces antes se había visto, como ahora, una guerra civil de tal enjundia en el seno de una junta directiva: baste decir que la mayor parte de los compañeros de viaje de la anatomopatóloga han terminado acusándola de echarse en brazos de Uniteco, y de dejar en manos de la correduría que la aupó al poder las riendas y la gestión de la corporación. Sin embargo, no es éste el momento, ni el espacio para recrear las luchas intestinas, ni para recordar unos sucesos que, desgraciadamente, no han hecho más que deteriorar la imagen de los facultativos madrileños y españoles. Es hora, pues, de hacer tabula rasa, mirar hacia delante y pasar página a una de las historias más negras de la medicina de nuestro país. El caso es que a Miguel García Alarilla, presidente hasta las elecciones, y a los vocales que le acompañan tras la salida de Fariña se les abre una oportunidad de oro para demostrar que la corporación aboga ahora por la asepsia, la independencia y los médicos, los verdaderos destinatarios del trabajo del Colegio de Madrid. Resulta pues, clave, acometer la auditoría anunciada para destapar las obligaciones, convenios y acuerdos que vinculen a la entidad con terceros. Obviamente, dicha auditoría ha de extenderse a la fundación del colegio, que está bajo sospecha. Después, han de demostrar con hechos que ellos eran ajenos a las decisiones de las que ahora culpan a Fariña y ante las que antes callaron.
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