Galicia

Las palomas del atardecer

La Razón
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Mi corresponsal en los Juzgados me informa de que aún no ha presentado querella alguna José Blanco contra el empresario gallego Jorge Dorribo.

Con toda probabilidad, sus abogados –tendrá media docena, al menos–, estarán reuniendo y redactando los fundamentos de la misma. Ni ha presentado la «inmediata querella», como había anunciado, ni ha dado explicación alguna, ni tiene intención de darla. «Soy víctima de una golfería», ha dicho. Ahí tiene razón. En lo de la golfería. Lo del victimismo está por ver. La juez que lleva el caso sigue acumulando documentación y mantiene el secreto de sumario. Para mí, que a Blanco le ha sobrevenido un arreón de melancolía. Lo escribo sin ironía alguna. Me cae bien. José Blanco tiene que ser un tipo simpático e ingenioso. No me gusta sentarme a la mesa con políticos, porque me aburren y siempre intentan seducir al comensal de turno. Del actual Gobierno en funciones –no se sabe qué funciones–, me sentaría a comer con pocos. Por elegancia y atractivo, con Cristina Garmendia. No tiene aspecto de socialista, y sospecho que no lo es. Junco vasco. Y también con José Blanco. Ignoro el fondo de la cosa, pero me hace gracia. Es complicado establecer normas rígidas al respecto. Hay gente que cae bien y otra que cae mal. Y Blanco, en mi sensibilidad, está en el primer grupo. No existe, pues, animadversión alguna por mi parte hacia su persona, pero tampoco me ciega el amor. «Te quiero con todos tus defectos», le dijo Madame de Sevigné a su amante, el conde Guillaume de Polignac. Duró poco aquello. «Te odio por todos tus defectos», le dijo Madame de Sevigné al conde Guillaume de Polignac dos semanas después de su primera declaración de amor.

No es mi caso. Ni quiero a Blanco ni tengo intención de odiarlo. Sucede que los gallegos – y Rajoy es un ejemplo–, disfrutan de un sentido del humor sutil y nuboso, el más cercano a la ironía inglesa. De haber nacido en Inglaterra, José Blanco podría haber sido el más simpático y eficiente jefe de planta de los almacenes «Harrod's», mister Joseph White. Pero nació en Galicia, en España, y ascendió con excesiva prontitud, como su amigo Zapatero, a la cumbre del poder político. El precipitado cambio de altura marea al más pintado, y Blanco se mareó desde el principio. Mucho me temo que en el inmediato futuro, mientras Zapatero contempla el paso de las nubes leonesas desde su hamaca de retirado, Blanco va a consolar su melancolía observando el vuelo de las últimas palomas del atardecer, «as derradeiras pombas do serán», que así se titulaba un libro de poemas de Juan Pérez-Creus, andaluz de La Carolina, gran epigramático, que aprendió gallego por un arrebato de amor, y terminó su vida volando de una azotea de Madrid en busca de la acera. «¿A dónde va, don Juan?», le preguntó un vecino que se cruzó con él en las escaleras, sabedor que Pérez-Creus vivía en el piso bajo. «A suicidarme». «Usted siempre con sus bromas».

José Blanco, y lamento recordárselo, está obligado a abandonar la política.Una lástima, pero así es. Y más aún cuando pasan los días, mantiene su silencio, se esconde de la prensa, se desdice de sus compromisos y no presenta la «inmediata querella» contra Jorge Dorribo, el autoinculpado hacedor del soborno. Es inteligente y saldrá adelante. Y así se lo deseo.