Real Madrid
A octavos con solvencia
Madrid- Un cuarto de hora, el primero del partido, dos goles, Raúl y Baptista. El Real Madrid no encuentra rival enfrente. Fin del primer tiempo, 3-0, sólo; el tercero, de Robinho. El Lazio tiene de italiano el nombre, y una parte de la afición, que sigue celebrando a Mussolini. Es un equipo malo, un coladero, la fórmula para convertir a una rana en príncipe; el chollo para elevar la autoestima de un parado con cincuenta años. El Madrid, vencedor indiscutible, se relajó, encajó al final un tanto de Pandev y Casillas detuvo un penalti a Rocchi. Pero afrontará los octavos de la Liga de Campeones con la ventaja de ser primero: el partido de vuelta, en casa.
Comenzó el encuentro, más trascendental sobre el papel que sobre el terreno, con un misterio: Guti no fue titular en Bilbao, ¿para reservarlo contra el Lazio o por represalia? Como no fue alineado inicialmente contra los italianos, la respuesta surge por sí sola: no jugó en San Mamés porque Schuster le castigó. ¿Lo hizo por la absurda expulsión de Murcia? Schuster denunció al final de aquel encuentro que le disgustó la actitud de algunos jugadores. Guti metió la pata, más de la cuenta, y terminó antes de tiempo. El arcano, desvelado. Probablemente. Y el resultado de la decisión técnica, fetén. Con Diarra, Sneijder y Baptista el equipo también marca goles y corre menos riesgos defensivos, coincidiendo, además, con el retorno de Pepe, rápido, contundente, seguro por alto, insuperable por bajo y capaz de sacar el balón controlado.
Resuelta la intriga sobre las repetidas ausencias de Guti, esa eterna promesa, que dijo Ramón Calderón, y a quien ningún entrenador consideró titular indiscutible, la incógnita de Schuster estaba despejada, y no deja de sorprender lo que decide. Quizá tenga algo que ver con otra frase del presidente, pronunciada horas después del triunfo ante el Athletic: «Le echamos cojones, ¿eh?» Pues quizá por ello, por ese derroche de testiculina, don Bernardo ha optado por no cambiar el modelo, máxime ahora que ha descubierto a Baptista cuatro meses después de que se lo presentaron y de tenerlo desterrado, como le sucedió a Valdano en su día con Zamorano y Amavisca.
No obstante, el Lazio, una castaña de equipo, pero italiano; último del grupo, pero italiano, necesitaba algo más que un milagro... Como no puso nada de su parte, no se produjo. Ni siquiera aprovechó la fragilidad defensiva de la banda derecha del Madrid, con Robinho y Marcelo, y a los 10 minutos se asustó con el remate de cabeza de Raúl al palo y tres después encajó el primer tanto. Baptista, en la frontal, se lo guisó y se lo comió. Y dos minutos después, Raúl, esta vez sí, cabeceó dentro. Ni le importunaron, y era un córner.
«Il signore» Ballota, 43 años, portero, se estiró tan mal como mal defendió su flojísima defensa en ambos tantos, y encajó el tercero, obra de Robinho, porque sus zagueros estaban vendimiando. El Lazio ofrecía menos resistencia que el Partizán en el Trofeo Bernabéu. El Lazio es un «bluff», derribado de ese pedestal del «catenaccio» italiano por este Madrid serio, consistente, compenetrado e infinitamente superior en todas las líneas.
Concluyó 3-0 el primer tiempo y el resultado fue tan corto como entretenido el partido. Gustaba el equipo de Schuster. Ofrecía detalles, y destellos. Consolidaba a Pepe, recuperaba a Sneijder, reverdecía con Baptista y hasta el discutido Diarra mostraba un porcentaje altísimo de balones bien entregados. Estaba en todos los sitios, aliviaba las tareas defensivas y contribuía a las ofensivas. Pero, claro, con este rival...
Aunque el Lazio es el peor equipo que ha pisado esta temporada el Bernabéu, y el más insípido de los italianos –ni defiende ni ataca, es un desastre–, había que ganarle, pese a su nula identidad, y eso se consiguió con solvencia. Y como los deberes estaban hechos, Schuster dejó a Robinho y a Sneijder en la caseta al final del primer tiempo y en el segundo comparecieron Robben y Guti. Descendió la intensidad del partido, quizá por el 3-0, acaso por los cambios, y como sin quererlo, Pandev hizo el tanto de la honrilla. Llegó por un exceso de confianza de Pepe, que luego cometió el penalti que paró Casillas en el 93, y porque el Madrid bajó el ritmo al 50 por ciento. El plato lo pagó Guti, protestado por el Bernabéu, que percibió su indolencia. ¿Daba la razón a Schuster por dejarle en el banquillo? Quizá. Pero lo que importa es la clasificación. Un hecho.
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