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Síndrome metabólico: cinco factores de riesgo que amenazan al 25 % de los españoles

Síndrome metabólico: cinco factores de riesgo que amenazan al 25 % de los españoles
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Sólo necesitan tiempo. Los cinco factores del síndrome metabólico (SM) se instalan en el organismo poco a poco y, sin que su dueño se dé cuenta, toman posiciones. La mayoría de las veces tan sólo dan la cara de manera trágica: un infarto, un ictus... La hipertensión, la diabetes, los desequilibrios en el colesterol y los triglicéridos, junto a la obesidad abdominal, como principal elemento del SM, se sientan en el banquillo de los culpables que están detrás de estos accidentes, cuyo objetivo es atacar al sistema vascular y que en España afectan a más de una cuarta parte de la población adulta, entre los 18 y los 75 años. «Las enfermedades cardiovasculares son el principal problema sanitario en España. Son la primera causa de mortalidad y discapacidad, además de contribuir a elevar los costes sanitarios. Por ello, una de las prioridades de los sistemas de salud de la actualidad se basa en la prevención», manifiesta José María Lobos, coordinador científico del Comité Español Interdisciplinario para la Prevención Cardiovascular (Ceipc). Pero ¿cómo se pueden detectar patologías asintomáticas? Los especialistas abogan por estrategias de prevención primaria, a modo de cribado de cada uno de los factores. «Es cierto que casi todos los factores de riesgo pasan desapercibidos, pero una de las claves la encontramos en la obesidad, que genera la resistencia a la insulina, trastornos de los lípidos y supone la primera piedra para que aparezca la hipertensión», explica Juan Antonio Divisón, médico de atención primaria y miembro del Grupo de Investigación de Enfermedades Vasculares de Albacete (GEVA). Sin embargo, algo que sí es visible son los kilos de más, acumulados en el abdomen, que forman la piedra angular del SM y son claves para detectar cualquier anomalía metabólica. En este sentido, un estudio publicado en «The Lancet», sostenía que la obesidad restaba hasta diez años de vida, por sus repercusiones patológicas: cardiovasculares, tumores, diabetes, problemas hepáticos y renales, entre otros. En la actualidad se considera que la obesidad abdominal más la suma de otros desajustes relacionados con el azúcar, el colesterol o la tensión tienen peso más que suficiente para poder etiquetar de este modo a un paciente. Lobos manifiesta que sería sencillo realizar una especie de «screening» a la población general adulta partiendo siempre de personas que estén sanas. «Éstas podrían someterse cada cuatro años, cuando su edad es inferior a 40 años, a una revisión en la que se tomase medida de su tensión arterial, la glucemia basal, el índice de masa corporal, su perímetro abdominal y, a través de un análisis de sangre, se pudieran medir las cifras más importantes de los lípidos. En el caso de las personas entre 40 y 65 años, este test debería ser bianual y en los mayores de 65, anual. De este modo podríamos controlar, a través de sencillos exámenes, el riesgo real de sufrir un accidente cardiovascular. Todo ello ayuda a reducir la morbimortalidad», apunta Lobos. Barrera preventiva Al hilo de ello, Divisón, manifiesta su total acuerdo. «Nosotros como primer contacto del paciente con la medicina podemos detectar cualquier tipo de irregularidad en los factores de riesgo. No hace falta que el paciente nos pregunte sobre su tensión o sobre si tiene problemas de azúcar, unas sencillas pruebas nos lo pueden desvelar. Un paciente puede venir a la consulta por cualquier otro motivo y aprovechar para realizarle una historia clínica de sus riesgos y hábitos de vida, lo que revelará si existe o no un riesgo cardiometabólico», apunta Divisón. Llegar tarde significa que el paciente ya sufre los desperfectos en su organismo, que han originado uno o varios de los factores que el SM. Juan Millán, presidente de la Sociedad Española de Arteriosclerosis, explica que una de las principales consecuencias de un desequilibrio de los lípidos es la arteriosclerosis. «Su primera manifestación es a través del infarto del miocardio y después de que esto ocurra hemos perdido la oportunidad de prevenir los daños en el paciente», subraya Millán. Para entonces, las placas de grasa ya se han instalado en las paredes de las arterias que obstruyen el riego sanguíneo e incluso llegan a provocar tromboembolismos en cualquiera de los órganos vitales. La receta para no llegar hasta esta situación resulta sencilla. La modificación en el estilo de vida es el pilar básico para conseguirlo, hay que hacer ejercicio y llevar una dieta saludable, ya que ello tiene la capacidad de reducir la incidencia de la diabetes tipo 2 un 58 por ciento, frente a la que se consigue con fármacos, que tan sólo alcanza un 31 por ciento, según un estudio del «The New England Journal of Medicine». «Sin embargo esto cuesta mucho inculcarlo en los pacientes, puesto que ellos se encuentran bien, ¿cómo explicamos paciente enfermo, que sufre hipertensión, diabetes e hipercolesterolemia, pero que no le duele nada?», se pregunta Millán. Un ejemplo lo encontramos en los atletas, quienes por definición no tendrían por qué sufrir este problema. Una investigación publicada en el «Journal of Athletic Training» demuestra la utilidad del control metabólico, ya que de los deportistas sometidos a este control un tercio tenían uno o más factores de riesgo. «Con estos exámenes podremos evitar sustos de nuestros deportistas en el campo para los que a veces no encontramos explicación», explica Jackie Buell, director de Nutrición de la Universidad Estatal de Ohio (EE UU). Pacientes concretos Pese a que es cierto que cualquiera puede sufrir el SM, en el caso los enfermos mentales, es clave su detección a tiempo. En estos casos parece que la importancia terapéutica se centra en la terapia psiquiátrica y se llega a descuidar el diagnóstico y tratamiento del SM. Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, expone que «llevamos estudiando con intensidad este problema desde hace menos de diez años para comprobar que no todos los fármacos tienen como consecuencia desajustes orgánicos que desencadenan los riesgos cardiovasculares del síndrome metabólico. Estos dos componentes elevan la tasa de mortalidad considerablemente en los enfermos esquizofrénicos y con trastorno bipolar. Son capaces de restarle hasta 15 años de vida». Mientras que una persona normal, pese al resto de sus dolencias, consigue vivir hasta los 75 años, un enfermo psiquiátrico, tan sólo vivirá, aunque esté controlado clínicamente, unos 60 años.