Libros
Cómo no ganar el Nobel
En su texto, Lessing recordaba un viaje por África en los años 80 y los problemas que asolan a ese continente.
Estocolmo- La escritora Doris Lessing, la ganadora del Premio Nobel de Literatura de este año, no estaba presente ayer en la abarrotada sala de la Real Academia de las
Letras de Estocolmo, y sería su editor, Pearson, quien leyó finalmente en su nombre lo que se conoce en este país como la «Lectura Nobel». Un discurso que, curiosamente, Lessing decidió titular «On Not Winning
the Nobel Prize», cuya traducción al español podría ser «Cómo No ganar el Nobel».
Y es que tal vez por aquello de no haber podido o no haber querido
viajar a Suecia, Lessing deleitó a los presentes con un relato crítico,
pero a la vez poético y a veces desgarrador, donde plasma su visión de uno de sus viajes por África a principios de los 80. Una
historia real que en la actualidad ha empeorado plagada de referencias
a la pobreza y la situación de penuria en la que viven millones de
personas en ese continente.
«Estoy de pie en la puerta mirando a través de nubes de polvo que lleva
el aire hacia donde dicen que todavía hay bosques sin talar. Ayer pasé a través de parajes desérticos con restos de incendios que en el 56 era el bosque más maravilloso que había visto. Todos destruidos. La gente tiene que comer. Tienen que conseguir combustible para los fuegos. Esto es el
noroeste de Zimbabwe...» Así comenzó el relato, que hizo que
todos recordasen las desgracias que padece el tercer mundo. Un mundo que está muy lejos del lujo de los países industrializados como
Suecia. Un mundo de pobres de solemnidad donde el mero hecho de
conseguir beber agua o poder comer una vez al día es a un milagro. Lessing cuenta en la historia cómo un amigo que enseña en una escuela
rural se las ve y se las desea para conseguir libros. Un material que
tal vez le ayude para enseñar a leer y escribir a los niños pero que no
les dará de comer. Son los alumnos que nunca ganarán un Nobel.
Dinero prestado
«Mi amigo no tiene dinero porque todos, alumnos y maestros, se lo piden prestado cuando consigue que le paguen su sueldo y, probablemente, no se
lo devolverán. (...) Algunos de los alumnos caminan cada día muchas
millas hasta el colegio. Lloviendo o haciendo sol, cruzando los ríos. No
pueden hacer los deberes porque no tienen electricidad en sus pueblos y
no se puede estudiar a la luz de una antorcha. Las chicas tienen que
buscar agua y cocinar antes de ir a la escuela y cuando vuelven también». El relato deja claro que a pesar del interés por aprender, la educación no les va a proporcionar una vida
mejor. Y acaba su discurso con una terrible reflexión: «Creo que niñas y mujeres que hablaban de libros y de tener una educación, cuando no habían comido durante tres días, aún nos definen».
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