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Condado de Galway el alma gaélica de la acogedora Irlanda
Dicen quienes mejor la conocen que el pulso de la Isla Esmeralda late en el oeste. Alejada del bullicio de la querida y sucia Dublín, la esencia gaélica de aquellos celtas que dejaron su impronta en las vastas llanuras verdes, en las dulces notas celtas, en el melódico crujir de las palabras irlandesas, grita con fuerza bañada por el vigoroso y violento empuje del Atlántico.
De norte a sur, desde Donegal a Shannon, la costa hierve de cultura, patrimonio e historia. En el año en que Irlanda luce orgullosa el 250 aniversario de la Guinness Storehouse, el oeste reclama su protagonismo brindando al visitante ese algo especial que siempre le obliga a volver. Muchos dirán que es el carácter afable de los irlandeses, rudos, bromistas, bonachones e irremediablemente imprescindibles cuando el oro negro de la cebada empieza a correr. Otros apuntarán, sin embargo, que la culpable es esa sensación de sentirse en casa allá donde se vaya, una especie de embrujo que la tierra ejerce abrigando al foráneo contra las inclemencias del tiempo.
Pero vayamos por partes… Para comenzar el viaje, Dublín se erige como kilómetro cero indiscutible. Con conexiones desde once ciudades españolas, la compañía nacional Aer Lingus dispone de algunas de las tarifas más económicas para aterrizar en la capital. Una vez en tierras de San Patricio, lo más práctico es, sin duda, alquilar un coche y probar al volante la destreza de los más osados. Después, en otra ocasión sería recomendable dejarse llevar, coger una brújula y decidir sobre la marcha un destino, que siempre será acertado. Pero, sólo por esta vez, hay que poner rumbo al oeste.Allí donde los lagos brotan entre las montañas, donde los caminos conducen a escarpados acantilados que flanquean la costa hasta más allá de lo que la vista alcanza a adivinar, se encuentra el condado de Galway. Un pedazo de tierra no más grande que alguna de las provincias españolas que, sin embargo, guarda en su ser toda la magia de la mitología celta. Justo en su bahía, la misma que vio llegar y partir a los pequeños buques españoles y franceses que mercadeaban con los antiguos habitantes celtas y que, siglos después presenció la partida de decenas de miles de irlandeses, se posa tranquila, medieval, orgullosa, la ciudad de Galway. Bien cierto es que la villa, la tercera más poblada del país, puede recorrerse a pie en apenas un par de días pero si se le dedica más tiempo podrá ver cómo, la pequeña y jubilosa Galway encierra un legado difícil de superar. Para observarla la receta es sencilla. Diríjase a los acantilados de Moher (Cliffs of Moher), en el Condado de Clare. Asómese a los 214 metros de altura y contemple, a lo lejos, cómo las luces comienzan a prender iluminando la ciudad como un faro para navegantes. Frente a su costa, mención a parte merecen las Islas de Arán, donde conviven algunas de las especies vegetales autóctonas del país. Pero no nos desviemos… Cierto es que resulta difícil no perderse entre sus callejuelas, repletas de tiendas, pubs y universitarios. No menos verdad es que las ostras del condado ostentan una fama bien merecida que no puede dejar de conocer antes de volver a casa. Pero, sin duda, lo que atrae al visitante es la vida de la ciudad. Este año, además, su puerto, acostumbrado a ver surcar los barcos tradicionales (los Galway Hookers), acogerá en mayo una de las escalas de la más famosa regata del mundo, la Volvo Ocean Race. Y el «Green Dragon», el barco irlandés, acude a la cita para demostrar que, al menos en 2009, el deporte de la Isla Esmeralda está de moda tras la Triple Corona del equipo de rugby. Esencia celtaSin más demora partimos de Galway. No sin la sensación de dejarnos mucho por ver, pero disfrutando del traqueteo de las ruedas sobre un firme que en ocasiones tiene de todo menos de estable. Y ponemos rumbo al norte, apenas 40 kilómetros, no más de 50, hasta llegar a la auténtica joya del oeste. Todo depende de gustos, bien es cierto, pero Connemara, la más famosa área «Gaeltacht» (donde el irlandés es el idioma más hablado) del país esconde la más pura esencia celta, las tradiciones y costumbres ancestrales, y un paisaje casi virgen que se presta al disfrute en todos los sentidos.Una vez superado el escollo del fuerte acento gaélico incluso al hablar inglés, las montañas y lagos se abrirán paso ante sus ojos mostrándole un horizonte que nunca hubiera sabido adivinar en la llana y verde Irlanda. Las ricas tradiciones de música, canciones, bailes e historias están incluso mucho más vivas en Connemara que en el resto de la isla, por lo que, si presta atención y usa los sentidos, sentirá cómo, de repente, el tiempo se detiene y retrocede lentamente un par de décadas. Famosa por sus increíbles parajes, que descubren playas de arena blanca y aguas turquesas, altivos montes idóneos para las rutas en bicicleta o la escalada; caminos por donde los caballos campan a sus anchas y alternativas para los amantes de los deportes de aventura, la región brinda además al visitante la posibilidad de practicar el surf y windsurf en sus lagos.
Un consejo: si va con el tiempo pegado, retrase el billete, merecerá la pena. Hospédese en alguna de las guesthouses, B&B o farmhouses repartidas por todo el condado, recorra sin prisa la costa, olvidando el reloj en Roundstone Beach y Clifden Town y déjese orientar por los oriundos. En Irlanda es imposible perderse. Además, entre mayo y junio podrá disfrutar de la ya citada Volvo Ocean Race, del Connemara Mussel Festival (el festival de los mejillones de Connemara) y de la Bodhrán Summer School, una escuela de verano donde podrá aprender los secretos para fabricar y tocar como un verdadero irlandés este instrumento de sonido sordo (bodhrán significa sordo en castellano) imprescindible en cualquier melodía celta.
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