Londres

El apoyo

La Razón
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Se opinaba en Londres que Sir Reginald Harrod-Leroy –sobrino nieto del fundador de los célebres almacenes– era el individuo más pelmazo del Imperio británico. Su club, el «Brooks & Woodles», se vaciaba de socios aterrorizados cuando Sir Reginald alcanzaba los dominios del bar. Una tarde, en la que engañó a un grupo de socios jóvenes y poco informados y pudo contarles una serie de chistes, el más débil de ellos, John Fitzgerald, hubo de ser hospitalizado. Sir Winston Churchill se preparaba para afrontar unas elecciones y recibió una carta de Sir Reginald. «Me pongo a su entera disposición y puede contar con mi desinteresado apoyo». Churchill permaneció en cama durante dos días y le envió la respuesta. «Le ruego apoye a mi adversario, que lo necesita más».Sucede con los apoyos. Uno se presenta a cualquier tipo de elecciones, y proliferan los apoyos inesperados. Zapatero no es gafe para sí mismo, pero sí para quienes apoya. Schröeder ha desaparecido del mapa y Ségolène Royal aún se pregunta por las causas de su descalabro electoral. En España, con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina, los apoyos han salido de sus guaridas y pululan por todas partes causando hondos quebrantos. Rosa Díez es víctima de uno de ellos. Con toda seguridad, del más peligroso, equiparable a Sir Reginald, si bien Rosa Díez no tiene ni el diez por ciento del cerebro de Churchill, y puede terminar devorada por su apoyo. Ya he escrito lo que para mí significa Rosa Díez. Una mujer valiente y admirable en un tramo de su vida, y escasamente ejemplar en otro, aquel en el que gozó del poder político como Consejera del Gobierno vasco. Lo repito. Se empecinó en meter en la cárcel a uno de los españoles más admirados y queridos de los siglos XX y XXI. Antonio Mingote. Y repito, pues lo escribí pocas semanas atrás, que Rosa Díez es algo porque cuenta con el apoyo de un gran grupo de comunicación y ha encandilado a los salones más esnobs de ese Madrid rico y desnortado que tan magistralmente retrató Francisco Umbral. Su orden de no votar a Arantza Quiroga para la presidencia del Parlamento vasco demuestra su excesiva frivolidad, cuando no otras cosas. Pero no merece este palo. Rosa Díez no es lo que muchos creen, ni tan coherente como algunos estiman y airean ni tan transparente como los esnobs millonarios de los altos salones progres presumen. Es una buena persona, y ahí nada que oponer. Y una buena persona no merece el advenimiento atroz de una pesadilla en forma de apoyo. En el semanario «Tiempo», que ha rescatado de la agonía Jesús Rivasés, he leído la espeluznante tragedia que se ha producido en las afanosas filas de Rosa Díez. A la comida-coloquio que ofreció Rosa Díez a sus simpatizantes acudió Ramón Calderón. Pero no es ésta la tragedia. Lo malo es que estuvo también Massiel. Massiel apoya a Rosa Díez, y esa situación no puede ser analizada desde la serenidad. La cantante que ganó «Eurovisión» porque Franco y Rosón estuvieron detrás del «Coro La, la, la» se quedó hasta el final de la cena y aplaudió con frenesí las palabras de Rosa. Massiel ha ofrecido a Rosa Díez su apoyo. En Europa aún no se sabe, pero el estupor está asegurado.