Literatura

Sevilla

El hombre que odiaba el perejil

La Razón
La RazónLa Razón

osé Bello Lasierra –«Pepín Bello», para íntimos e historiadores– era la memoria viviente de la generación del 27. A pesar de su edad todavía mantenía intactos sus recuerdos, su salud y su buen humor. La gran pregunta sería, ¿cómo es que una persona que no ha escrito una sola línea en su vida, que no ha realizado ninguna gesta remarcable, que vivía modestamente y no buscaba ningún papel en la historia, ha sido reconocida por los grandes espíritus creadores de la Edad de Plata como el verdadero genio, inspiración y motor de la cultura española?

Alguien que no haya compartido unos instantes a su lado jamás podrá justificar dicha respuesta. Pepín Bello fue la cuarta pata de esa gran mesa creativa que dará a conocer el arte de vanguardia español hasta en los rincones más recónditos del universo. Federico García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí fueron sus más íntimos amigos y detrás de sus primeras creaciones hallamos el ingenio de Pepín Bello agazapado en un crimen pasional, un burro podrido o un Santo Cristo aficionado a los naipes.

Hijo de Severino Bello, ingeniero autor, entre otras obras, del pantano de La Peña, a los once años, ingresa en la sección infantil de la Residencia de Estudiantes, de Madrid, y a los 17 inicia estudios de medicina, alojándose en la misma institución, donde tendrá por amigos, además de los ya citados tres creadores, a Moreno Villa, Alberti, Pedro Garfias, José María Hinojosa, Emilio Prados, Sánchez Ventura y Juan Vicens.

Por supuesto, nunca concluirá sus estudios, y en 1927 pasa largas temporadas en Sevilla, donde trabará amistad con el mítico torero Ignacio Sánchez Mejías. Desde allí se cartea con sus amigos, y en 1929 es nombrado Delegado de Fomento de la Exposición Iberoamericana de Sevilla.

Durante la posguerra, y la consiguiente muerte o exilio de la mayoría de sus amigos, arruina sus escasos fondos en dos negocios atípicos: la peletería LoBel –Bello, al revés-, cuyos maniquíes crearía el escultor Ángel Ferrant, y un autocine en las afueras de Madrid. El resto de su vida lo pasará en un modesto apartamento, con sus libros, sus recuerdos y sus nuevas amistades, algunas con afán historiador. Rafael Santos Torroella será el primer gran estudioso de Pepín Bello, en el volumen «Dalí residente», donde le dedica un capítulo, amén de publicar las correspondencias cruzadas entre él, Lorca, Dalí, Buñuel y Alberti. Bello fue fundamental para desentrañar el «código residente» utilizado en dichas cartas, mientras revivía una juventud llamada a ser historia a tragos de wisky con agua.

Federico lo menciona en un poema, «Tardecilla de jueves Santo»: «Pepín ¿por qué no te gusta la cerveza?/Con mi vaso la luna redonda/¡Diminuta! Se ríe y tiembla/Pepín: ahora mismo en Sevilla/visten a la Macarena/Pepín mi corazón tiene / alamares de luna y de pena...»

Bello también fue autor de numerosas representaciones «performance» surrealistas, aunque no mentía cuando expresaba su aversión al perejil. Si le traían un plato a mesa y sospechaba algo hacía que lo retiraran, arguyendo que «sonaba a perejil», un sonido muy desagradable. Escribió el primer y el último capítulo de una novela dadaísta, en la actualidad perdida, titulada «Lucas Grupo o el héroe Andorrano». En ésta, Lucas, después de haber fundado la catedral de Andorra, que no llegó a concluir, se retira al Ampurdán, y allí monta una tienda en la que vende un poco de todo. Un buen día al salir de caza se encuentra a un hombre que quiere suicidarse y no sabe cómo. Lucas le replica: «Es muy fácil, buen hombre. Mire, no tiene que hacer más que esto», y colocándose el cañón de la escopeta en la boca disparó.

La ví por última vez el día de su centenario. Al preguntarle cómo había pasado aquél increíblemente cálido verano, me espetó: «¡De maravilla! Por casa, en pelota picada, y con el aire acondicionado a tope...»

Genio y figura.

 

 

Ricard Mas Peinado