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Era tan joven la muerte (IV)

La Razón
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En un viaje que hice en el 74 con Ernie Loquasto, un tipo me resumió en Iowa la facilidad con la que los viejos norteamericanos del interior resolvieron la aparente contraposición que a muchos nos parece que existe entre la fe y la ciencia. Aquel tipo nos dijo que Dios llevaba allí más tiempo que el maíz y que la gente los consideraba a ambos indiscutibles, a Dios, porque se había convertido en una costumbre, y al maíz, porque si uno se asomaba a la ventana y miraba las inmensas llanuras, sus hojas eran la única manera de saber de dónde soplaba el viento. «En cuanto al progreso técnico, no interfiere en absoluto en nuestras conciencias, de modo que la fertilidad del suelo se la agradecemos a Dios y las abundantes cosechas las recogemos gracias a John Deere». En el decreciente mundo rural norteamericano son todavía muchas las familias en las que el padre bendice la mesa antes del almuerzo para agradecerle a Dios las provisiones. Más que de una demostración de religiosidad yo creo que en muchos casos se trata de un acto casi reflejo y de hecho incluso entre los indigentes de las tierras menos fértiles del país es costumbre bendecir una mesa en la que lo único comestible son los comensales. No es lo mismo en las grandes ciudades, donde la vida es más trepidante y la gente ya ni siquiera tiene tiempo para ocupar la cabeza en un sombrero. Viven tan deprisa que a veces tiene uno la impresión de que a las tres de la tarde empieza para muchos ciudadanos el día siguiente. Por el desprestigio que produce el ocio son muchos los trabajadores que apenas saborean sus conquistas y hasta cabe pensar que este país le debe buena parte de su prosperidad a que sus ciudadanos no pierden apenas tiempo en disfrutarla. Lo que cuenta es modificar constantemente la ciudad, cambiar de casa y de familia, sin tomarse apenas un respiro para reflexionar. Al poco de llegar al Savoy me lo dijo Ernie Loquasto: «Todo es nuevo aquí, muchacho, y nada es para siempre. Nadie tiene todo el rato a mano a sus hijos y a sus muertos. La mayoría de la gente recibe de vuelta el poco correo que escribe. Lo que cuenta es prosperar, y de eso puedes hacerte una idea si miras lo arriba que llegan aquí los bajos fondos»...