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Hombre implantado hombre tecnológico

La Razón
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Desde que en 2005 dos doctores del Instituto de Rehabilitación de Chicago anunciaron al mundo que habían creado el primer brazo biónico de la historia, muchos han sido los avances que en este ámbito se han producido. En aquel entonces, al paciente Jesse Sullivan, de 54 años, que había perdido ambos brazos al tocar unos alambres de alta tensión en su trabajo, se benefició de los avances de una investigación que no sólo permitía que el brazo tecnológico recibiera señales del cerebro, sino que devolvía impulsos al mismo cerebro de las sensaciones que sentía casi como si fuera su brazo real. Desde entonces la biónica se ha extendido por todas partes, de manera que hoy ya son numerosos los campos en los que funciona con normalidad y grandes probabilidades de éxito. Que cada día tenemos más prótesis de todo tipo es una realidad. Los marcapasos empezaron a implantarse en los 60, después llegó incluso un prototipo de corazón artificial capaz de aguantar en una persona hasta que se le realiza un trasplante. Y cualquiera de nosotros puede cargar en su cuerpo con todo tipo de prótesis de titanio óseas o dentales. El oído biónico no es ya sólo ciencia ficción, igual que su equivalente ocular, una suerte de artilugio en el que unos cuantos electrodos hacen el trabajo de la célula de la retina dañada. Una diminuta cámara montada sobre gafas recoge las imágenes y las transmite a un microprocesador, de manera que el ojo biónico permite distinguir contornos, luces y sombras. También hay avances en marcadores cerebrales para controlar los síntomas del párkinon, implantes en los esfínteres para contener la incontinencia y hasta incluso prótesis para partes dañadas del cerebro.
Ahora hay cierta polémica entre los especialistas sobre si la biónica debe imponerse a los trasplantes de órganos de donantes muertos, o viceversa. Está claro que existen trasplantes de órganos internos que se hacen ya con gran eficacia y éxito. El problema está generalmente en la escasez de donantes. El mismo problema se da en el caso de los órganos exteriores, si bien aquí está el componente añadido de la psicología del receptor, no siempre preparado para llevar el brazo de una persona muerta. Se cita casi siempre el caso de Clint Hallam, trasplantado de brazo en 1998, y que pidió a los cirujanos que se lo habían implantado que se lo volvieran a amputar, pues no soportaba verse cada día con aquel miembro «de aspecto horrible, deteriorado» que ya no le funcionaba y con el que sufría una barbaridad por los muchos medicamentos que tenía que tomar para vencer el rechazo. No todas las experiencias son iguales. En Alemania, el agricultor Karl Merk, de 54 años, tenía un sentimiento completamente distinto, al sentirse feliz por reconocer como suyos dos brazos que le fueron implantados después de haber perdido los propios seis años atrás en un accidente laboral. La operación fue muy larga, duró 15 horas y resultó extremadamente compleja, ya que le juntaron los tejidos de la piel, musculatura, venas, huesos y nervios. Pero el paciente se encontraba psicológicamente fuerte, y además había empezado a recuperar la sensibilidad en ambos órganos.
Pero la medicina no lo tiene claro aún. Y es lógico. Frente a los avances evidentes en trasplantes, también resulta que la biónica progresa de manera imprevisible. Tanto, que hay ya quien plantea retos que en otra época no eran sino ciencia ficción. Hay ya, al parecer, prótesis de mano de cables y metal absolutamente eficaces y no tan complicadas de ajustar como las pertenecientes a personas muertas. El único problema es el aspecto, que convendría mejorar estéticamente y darle apariencia humana, para evitar así la sensación de capitán garfio.
Un atleta estadounidense, ganador de numerosas pruebas paralímpicas, comentaba a este respecto que aunque la gente suele compadecerle porque no tiene piernas, sino ganchos, la realidad es que él ha superado el problema, y que hoy lo ve hasta como una ventaja, pues «tengo diez pares de piernas diferentes». Puede colocarse unas u otras en función de si quiere más velocidad o más resistencia, de si el pavimento está mojado o hace calor. Un ejemplo claro de cómo hacer para encontrar siempre el lado bueno de las cosas.