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«La matemática nos habla de infinito y nos hace intuir la presencia de Dios»
MADRID- Lo decía el italiano Ennio De Giorgi, uno de los matemáticos más influyentes del siglo XX: «Al principio y al final nos encontramos siempre con el misterio. Podríamos decir que nos encontramos con el designio de Dios. A este misterio se acerca la matemática, pero sin penetrarlo». Como con De Giorgi, la historia de las Matemáticas está llena de grandes genios y profesores que nunca vieron en la fe una zancadilla a la razón. En los últimos años se ha extendido la idea de la incompatibilidad de Dios con las ciencias exactas, cuando la realidad es que, hoy por hoy, el de los matemáticos es el colectivo científico con el menor número de ateos. Así lo corrobora la serie de entrevistas que mantiene el diario italiano «Avvenire» con algunos eminentes matemáticos de las más prestigiosas universidades italianas. La conclusión que se extrae es que el ambiente científico está mucho más abierto a la fe de lo que piensa la sociedad. «La ecuación racionalidad-ateísmo es un lugar común que está muy de moda, y que me irrita», afirma el profesor Antonio Ambrosetti, profesor de Análisis Matemático en la Escuela Internacional Superior de Estudios Avanzados de Trieste. «Cualquier intento de demostrar matemáticamente la existencia o inexistencia de Dios es tiempo perdido. Ni siquiera una ciencia tan precisa como las matemáticas puede dar una respuesta a esta pregunta», asegura. «En matemáticas se demuestran teoremas, y para esto hace falta, sobre todo, fijar los postulados, formular una hipótesis y demostrar la tesis. Pero cuando se habla de la existencia de Dios, ¿cuáles son los postulados? Todo es inevitablemente vago y aleatorio. Un teorema matemático no puede desvelar el misterio de Dios, que supera todas nuestras capacidades», sostiene. «La matemática nos hace intuir la presencia de Dios. Hablamos de infinito, el argumento se remonta a Pascal, cada número real está superado por ¿+ infinito¿. Aquí descubro a Dios, que está siempre por encima de nosotros, que conoce todos los teoremas pero no nos los desvela, esperando que nosotros, lentamente, progresemos en la búsqueda. Dios no quiere robots, sino hombres que, con humildad, conscientes de sus propios límites, avancen y lo busquen, sabiendo que nunca podrán llegar a comprender completamente el misterio. Al final, solo nuestra conciencia podrá decir sí a Dios», afirma. El misterioso «por qué» En el mismo sentido se pronuncia Antonio Marino, profesor de Matemáticas en la Universidad de Pisa: «El creyente encuentra una armonía completa entre la fe y el hecho de que la mente humana pueda captar la racionalidad de la cración, porque cree que ambos son fruto de aquello que podríamos llamar el pensamiento creador de Dios», explica. « La matemática es el instrumento que nos permite estudiar cómo se desarrollan ciertos fenómenos, pero nunca podrá explicarnos ¿por qué¿. ¿Por qué existen las leyes físicas? ¿Por qué es posible organizar partes de nuestra concienca en fórmulas lógicas sin las cuales los objetos mismos no son concebibles? Son preguntas filosóficas, que no admiten respuestas científicas, no en el sentido riguroso de la Ciencia, y mucho menos en el plano lógico», sostiene.
«A los matemáticos no nos cuesta dialogar sobre la fe»
«Tengo la impresión de que el porcentaje de creyentes es mayor en el Departamento de Matemáticas de la Politécnica de Turín, donde trabajo, que entre la gente que me encuentro en la calle o viajando en tren», afirma el profesor Giovanni Pistone, profesor de Probabilidad y miembro de la iglesia evangélica. Pistone llegó a la fe tras un «largo recorrido de cincuenta años»: «Alguno de mis colegas no sólo son creyentes, sino que forman parte de los movimientos, como por ejemplo, los Focolares. Pero hay una diferencia aún más profunda: entre mis colegas, sean o no creyentes, encuentro personas dispuestas a dialogar, incluso a discutir sobre la fe. Sin embargo, sin lo intento en la calle o en el tren, me miran con estupor e indiferencia», se lamenta. «En Europa, la Ilustración francesa, programáticamente atea, ha dejado una profunda huella. Muy al contrario, la Ilustración americana no es en absoluto antirreligiosa. A los políticos americanos no les cuesta manifestar en público su fe», explica. Y concluye: «Lo que fascina al científico es que el mundo no sólo ha sido creado, sino que ha sido creado comprensible. El hecho de que el mundo sea inteligible es un dato a priori, el certificado del Creador».
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