Crítica de cine
Malentendido
La idea era votar y no votamos; la idea era descubrir de una vez qué papeleta es la buena para que los malos pierdan y al final no lo entendimos. La idea era votar pero al rato todo se enturbió por un malentendido, el de Camus para ser exactos, 103 páginas de puro teatro más espeluznante aún que la pantomima de las elecciones y más entretenido ni les cuento en una mañana de domingo perezoso. En su papel de pésimos actores, los políticos han vuelto a recitarnos un libreto que esta vez era ciencia-ficción y pasando millas de Europa. Asuntos interplanetarios, cultivos lisérgicos y entonaciones de «mea culpa» han rematado una campaña electoral tan absurda como que la idea era votar y no votamos. Como que ni siquiera sabemos ya quién es el malo ni si la abstención sale igual de a cuenta que perder el tiempo en blanco. Y que gane el peor. En «El malentendido», una madre y una hija de querencia criminal asesinan al notable huésped de su pensión. Un té envenenado les basta para fulminarle y un par de detalles sin importancia para darse cuenta de que se han cargado a su hijo. A su hermano. Le matamos porque era nuestro, intentan explicar las lagartas por ver si cuela. Pero no, no cuela y ahí se acaba todo: muerto el hijo comenzó la rabia. O «La peste», que también es de Camus y quizá la leamos en próximas elecciones. Todo sea por no votar. La idea, decía, era hablarles de Europa, de cómo la democracia se fortalece con ese codiciado derecho a levantarse un domingo y salir disparado en pos de la urna. Pero el clima no acompañó aunque hiciera más o menos sol. Será que nunca llueve a gusto de todos o que ayer hubo otro malentendido: los políticos, tan pésimos actores, mataron a sus votantes antes de tiempo. Antes de que les explicáramos que somos algo más que un huésped de paso. Y hoy nos tocará escuchar el lamento por ver si cuela. Pero no, ya no cuela.
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