País Vasco
Maneras
Puede que lo que sucede en el País Vasco sea –como casi todo en los humanos– un asunto de maneras. Que toda una generación y sus mayores estén quemados ya por los muertos, los rencores, los crímenes y las indignidades de los amigos. Que tanta mitología y leyenda de pueblos imaginarios los haya incapacitado para pilotar cualquier tipo de transformación de valores de su sociedad. ¿Se puede desaprender lo aprendido? Porque sería una ordinariez pensar que el olvido depende de los propios humanos si nunca hemos podido decidir al irnos a dormir que mañana nos levantaríamos amnésicos y, luego, al despertar al día siguiente no saber quienes imaginamos que somos. Quizá, por tanto, los de antes no sirvan. Ni los que fueron educados por los de antes. Esa transformación puede hacerla una nueva generación que entienda que lo que ha decantado esa situación indigna ha sido la tozudez de los parientes, familiares y simpatizantes de las víctimas que entonaron el «no nos moverán» y acabaron agotando con sus buenas maneras las excusas de los asesinos. Todo lo demás es música de flauta. No se trata de que tengan que existir vencedores y vencidos. Tampoco de que tengan que pedir perdón u otras inutilidades los asesinos porque ya me dirás tú si no es doblemente más macabro y repugnante que te pidan perdón después de pegarte un tiro en la cabeza. Hay unos valores morales que están ganando (los de los víctimas) y otros que ya han perdido (los de los asesinos y sus, aún más irritantes intelectualmente, justificadores). No se podía imponer la voluntad de unos pocos con la violencia. Hay que gobernar contando con todos. Bienvenidos a ese descubrimiento aunque sea con treinta años de retraso. Bienvenidos a Stuart Mill. Bienvenidos a la democracia.
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