Estrasburgo
Más soldados para Afganistán
El Gobierno cambia el paso en su posición tradicional de no aumentar el contingente
El Gobierno anunció ayer el envío de más soldados a Afganistán en un episodio un tanto rocambolesco que puso de nuevo de manifiesto los problemas de coordinación entre los miembros del Gabinete. Por la mañana, el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, presente en la cumbre de la OTAN en Estrasburgo, habló de una nueva aportación española para la formación y el asesoramiento de un batallón del ejército afgano y para garantizar la seguridad de las elecciones de agosto en aquel país. Pero sólo unas horas después, la vicepresidenta De la Vega rectificó al ministro y redujo ese nuevo esfuerzo a doce militares para labores formativas. Sobre el resto, dijo que «España no ha tomado ninguna decisión por el momento» y recalcó que, «a día de hoy», el número de nuestras tropas desplegadas sobre el terreno es de 778. Ya por la tarde, para complicarlo aún más, la ministra de Defensa, Carme Chacón confirmó que España contribuirá con militares, guardias civiles y recursos financieros a la celebración de las elecciones afganas. Es evidente que el Ejecutivo pecó de nuevo de una falta de comunicación interna flagrante, lo que no es tolerable en asuntos de esta trascendencia, que además tienen repercusiones internacionales. Pero con ser importantes las formas, las muy mejorables formas de trasladar a la opinión pública noticias de ese calado, lo trascendente en este asunto es que, como precisó la ministra, el Gobierno ha decidido sumarse a la nueva estrategia de la OTAN y de Estados Unidos para la guerra contra el terrorismo en Afganistán. Con el anuncio de ayer, queda patente que la inamovible posición del Gobierno de no sumar esfuerzos en Afganistán ha pasado a mejor vida y que la nueva actitud es receptiva a una mayor implicación en la misión ante el aumento de la amenaza por parte de los talibanes y el agravamiento de la inseguridad en el país. Hasta hace muy pocos días, el Gobierno mantenía su rechazo frontal a esa posibilidad. A comienzos de febrero, España defendió todavía en la Conferencia de Seguridad de Múnich que había «un déficit político y un superávit militar que había que equilibrar, por lo que la contribución española era suficiente» frente a las consideraciones del enviado de Obama y de la propia OTAN sobre la urgencia de mandar más tropas internacionales para combatir a los talibanes. ¿Qué ha cambiado sobre el terreno desde entonces para dar un giro de 180 grados a nuestra política oficial sobre Afganistán? Los problemas de seguridad, que motivaron también que hace meses la cúpula militar española reclamara más medios humanos y materiales para nuestro contingente, no han variado. Entonces, el Gobierno respondió con una negativa y ayer dio un paso al frente. Si la nueva estrategia estuviera únicamente en función de una mayor afinidad ideológica y personal con el nuevo inquilino de la Casa Blanca, sería el enésimo episodio de una acción exterior errática y poco afortunada, que, en cualquier caso, requiere una explicación parlamentaria urgente. Que iniciativas de este calado no estén acompañadas de la máxima transparencia y que salgan a la luz pública enmarañadas por las versiones discrepantes de los miembros del Ejecutivo no contribuyen a que sean comprendidas por la sociedad como debieran por las razones de peso que las justifican. Pese a todo, bienvenida sea la rectificación del Gobierno. España tiene la obligación de compartir proporcionalmente los esfuerzos con nuestros aliados y debemos entender que nuestra libertad y seguridad se deciden también en aquel conflicto tan lejano y tan cercano como demostró trágicamente el 11-M.
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