Centro de Arte Reina Sofía
Muere Guinovart el pintor que unió su obra a la tierra
Josep Guinovart, de 80 años, deja un amplio legado como pintor, escultor, grabador y escenógrafo.
Barcelona- Josep Guinovart (Barcelona, 1927) procede de una saga de pintores de «brocha gorda». Su abuelo, su tío, su mismo padre se dedicaban a este oficio ensimismado, ajeno a las distracciones del espíritu. Creció entre tablones, colas de pegar, brochas, trepas para cenefas, zócalos, espátulas y hornillos. Y con la guerra civil, toda la familia debe emigrar al pueblo de origen, donde la subsistencia es más sencilla. Ese entorno de tierras secas y trigales infinitos marcará para siempre a Guinovart, quien reconstruirá en 1992 su particular universo en el Espai Guinovart de Agramunt (Lérida).
De La Cabaña a París
La Cabaña, su pieza inaugural, es un espacio consagrado a las cuatro estaciones. Según el artista, «el estallido de la primavera como explosión blanca sobre colores matizados haciéndose camino hacia el verano, siguiendo la ley del trigo, del verde al dorado, a las tierras y los rastrojos, rojizos de luces bajas de los otoños, soledades del barro, la alberca, la encina, los mochuelos, haciendo camino hacia el invierno, de los grises plateados, del asno, dentro de la neblina borrosa y sonora». En estas palabras se halla la descripción del espíritu, incluso de los temas que surcarán toda la obra de Guinovart. En 1944, de vuelta a Barcelona, estudia en las escuelas de Artes y Oficios y en la Lonja. Y en 1952 recibe una beca del Estado francés para estudiar en París. Es en esta época que decide dedicarse íntegramente a la pintura. Participó en los salones de Octubre y con el grupo Dau al Set, con un estilo postfigurativo, de marcado dibujo, primigenio pero evocativo, de las gentes sencillas y humildes.
Triunfa en la Trienal de Milán con sus grabados dedicados al Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1951), de Lorca -su poeta favorito-, en el «stand» español diseñado por el arquitecto Coderch y comisariado por Rafael Santos Torroella. Poco antes, ya había decorado con un mural el edificio Coderch de la Barceloneta, un bloque de pisos magistral destinado a los pescadores humildes.
En 1955 se retrata junto a Aleu, Cuixart y Tàpies para formar el grupo Taüll. Una asociación que dura poco más que la instantánea pero que ha quedado para la historia. Es entonces cuando va alejándose del figurativismo con carga social para adentrarse en el mundo de la materia y el informalismo, a la vez que explora el campo de la escultura, la escenografía, el tapiz y el cartel. Precisamente, su última aparición, el 3 de diciembre pasado, fue con motivo de la inauguración de una antológica de sus carteles en el Museo de Historia de Cataluña. Poco después sufriría el infarto del que no se ha recuperado.
Según el filósofo y crítico de arte Arnau Puig, «en un momento dado, que comprende prácticamente la totalidad de la obra de Guinovart durante los años sesenta y gran parte de los setenta, se podría decir que un cuadro del artista se parece más al escaparate de una tienda de mal gusto y abandonada que a lo que normalmente se acepta como arte. Pero la fuerza expresiva y el impacto se imponen mucho más que cualquier símbolo convenido o fotografía real».
En la década de los ochenta recupera el trazo dibujístico, con el que delimita áreas de color o traza caligrafías. En 1982 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas. Y en 2002 realizó su última gran antológica en la Pedrera, de Barcelona. Su última obra todavía puede ser contemplada en el Museu d?Història de Cataluña, realizada ex profeso para acompañar su antológica como cartelista, en la que expresa su compromiso con asociaciones culturales, entidades sociales y partidos políticos.
Ricard MAS PEINADO
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