Nueva York

No las detiene ni la crisis

Más de 400.000 personas en España son adictas a su tarjeta de crédito: son los compradores compulsivos

Las tiendas de «Confesiones de una compradora compulsiva», templos de peregrinación
Las tiendas de «Confesiones de una compradora compulsiva», templos de peregrinaciónlarazon

Su última chaqueta se la agenció a golpe de Visa; el cinturón, a costa de la American Express... Rebecca ya no tiene sitio para un trapo más en su piso compartido y los números rojos forman parte de su fondo de armario. Con más histrionismo y ansia comercial que «La boda de Muriel», P. J. Hogan estrena la semana que viene en nuestro país «Confesiones de una compradora compulsiva». La actriz Isla Fisher se pasea por un Manhattan de cartón piedra y huye como puede, una escena sí y otra también, de un ficticio cobrador de morosos al que debe 16.262 dólares sin contar los céntimos. Su adicción a tirar de tarjeta no se frena ni por la crisis de las hipotecas basura ni por los días negros en la Bolsa. Por eso, no busquen en la cinta el «glamour» de Carrie Bradshaw, tan siquiera a una Emma Bovary del siglo XXI. Rebecca es el icono, no de una «fashion victim», sino de una enferma, enferma de oniomanía. Sí, así se identifica en términos médicos al fenómeno de la compra compulsiva, que más allá de la frivolidad que lo envuelve, afecta a unas 400.000 personas en nuestro país. Nueve de cada diez son mujeres y en la Gran Manzana se las conoce como «shopaholics» –no en vano, el primer grupo de autoayuda surgió en los 70 de la mano de Alcohólicos Anónimos–. «Es una enfermedad mental, una patología grave de nuestro tiempo similar a la ludopatía. La persona que la padece consume de forma incontrolada bienes materiales», explica la psicóloga clínica Elena Borges, que ha visto cómo en los últimos años ha aumentado la lista de pacientes que acuden a ella para escapar de esta dolencia que no distingue, como podría pensarse, de estatus social. Victoria Beckham o Madonna no son pues las únicas que entran dentro de la población de riesgo. Bancarrota seguraEl salto cualitativo radica en que una diva caprichosa da rienda suelta a sus antojos porque sus ingresos se lo permiten. A una compradora compulsiva no le importa el sueldo o el fondo de su cuenta, pero tampoco las marcas de cabecera que consume. Compre en Dior o en H&M, vive por encima de sus posibilidades hasta endeudarse y arrastrar con ella a su entorno familiar. Tampoco se amedrentan con una recesión como la actual. «Tenemos un cliente que viene, al menos, dos veces al mes a hacer grandes compras. Cuando empezó la crisis nos comentó que iba a reducir su gasto, pero luego es incapaz», comenta una dependienta de Calvin Klein. «La compradora compulsiva no es consciente de las vacas flacas, reduce otros gastos pero no el de comprar, lo comprobamos a diario», aseguran a pie de caja registradora en Guru. Borges asegura que «buscan un placer momentáneo y una vez que llegan a casa lo sueltan todo, en muchos casos ni lo estrenan ni quitan la etiqueta, acumulan y acumulan». Las candidatas perfectas a coronarse como oniómanas son personas con vacíos personales, falta de autocontrol, ausencia de autoestima y depresivas. La compra compulsiva también tiene algo de fisiológico y se relaciona con anomalías cerebrales de la serotonina, un neurotransmisor que determina el grado de impulsividad en nuestros comportamientos.Marisa lo sabe bien. Esta madrileña de 35 años estuvo a punto de arruinarse debido a su pasión por las compras y aún recuerda que «gastaba todo lo que ganaba, y más. Te da igual no llegar a fin de mes o que el país esté en crisis, basta con tener una tarde libre para dar rienda suelta al vicio». Incluso se vio obligada a romper su tarjeta de crédito en dos hace cuatro años para salir de esta espiral de autodestrucción. «Me obligué a ir al banco sólo los lunes a sacar dinero y me puse un tope de gastos semanales. Además reduje mi campo de actuación a Zara», señala preocupada, pues sus constantes viajes al extranjero la han obligado a reactivar su Visa y teme recaer. Obesión por lo nuevoPrima hermana de la oniomanía es la neofilia, esto es, la obsesión por adquirir aquello que tenga algo de novedoso por su diseño, sus avances tecnológicos, o simplemente por un cambio de envase. «Se habla de consumo responsable, pero yo apelaría a las marcas a comprometerse con una publicidad responsable: venden como nuevo algo que no lo es», afirma Borges. El perfil del neofílico es diferente: atrapa a los hombres –amantes de los coches, los ordenadores, la Blackberry...– y el poder adquisitivo sí funciona aquí como elemento discriminador . Pero ¿tienen cura estas adicciones? Borges lo ha comprobado con sus pacientes: «El que pone voluntad, sí, aunque es difícil, la terapia busca ayudar a las personas a redescubrir aquellas capacidades y habilidades que tiene, y a aprender a valorar su entorno familiar». La Universidad de Erlangen, en Alemania, ha presentado un programa de doce sesiones que no busca la abstinencia total sino lograr el autocontrol.Contemplar a Rebecca en el cine o escuchar en persona a Marisa parece suficiente como para concienciarse de que el «shooping» no es el mejor aliado para escapar de un bajón anímico, un desengaño amoroso o un batacazo profesional. «Hay que enfrentarse a los problemas, ir de compras los evade, no los soluciona», recuerda Borges. Rebecca, recuperada y enamorada en la pantalla de Hugh Dancy, tira de romanticismo: «En lugar de una relación con una tarjeta cliente, tengo otra con alguien que sí me corresponde».

Cine para ellas«Confesiones de una compradora compulsiva» ha recaudado en EE UU más de 38 millones de dólares. Eso sí, el 75% del público es femenino. Quizá por eso las tiendas que la actriz Isla Fisher (en la imagen) visita en Madison Avenue y el SoHo hayan tenido un resurgir de ventas en plena crisis. Comprensible teniendo en cuenta que quien caracterizó a Fisher fue Patricia Field, responsable del vestuario de «Sexo en Nueva York» y «El diablo viste de Prada».