Estados Unidos

Obama apela al mundo musulmán

El presidente de EE UU tiende puentes, pero será inflexible con los terroristas islámicos

La Razón
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No se ha hecho esperar. Una semana después de su toma de posesión, Barack Obama ya ha dejado sentadas las coordenadas de la política exterior de EE UU en el punto más caliente: las relaciones con el mundo árabe. Por eso, no es casual que la primera entrevista televisada que ha concedido desde la Casa Blanca haya sido a la cadena árabe Al Arabiya, en un momento más que oportuno: horas después de que su enviado especial para Oriente Próximo, George Mitchell, haya emprendido un viaje por la zona.
En la entrevista, Obama ha hablado con claridad y firmeza. Demostró que está más que dispuesto a tomar las riendas diplomáticas en el conflicto de Oriente Próximo sin ambigüedades, buscando la paz, pero también mostrando su apoyo a Israel. Después de ratificar que «es un fuerte aliado de EE UU», dijo: «La seguridad de Israel es lo más importante». Al tiempo anunció que su país está listo para iniciar una nueva relación con los países musulmanes sobre la base del respeto y el interés mutuo. La primera conclusión es diáfana: la política exterior de Estados Unidos en la zona no cambiará sustancialmente como algunos se aventuraron a especular tras la marcha de Bush. Obama, como hicieron todos sus predecesores, apuesta por el equilibrio entre su posición inequívoca al lado de Israel sin entrar en colisión con los países árabes aliados como Arabia Saudí, Egipto y Jordania, los que apuestan más decididamente por un proceso de paz en Oriente Próximo fructífero para ambas partes.
Sí se distanció, sin embargo, de la postura que Bush mantenía sobre Irán. Al menos en principio. Si no conciliador, sí que se ha mostrado abierto a reconducir la situación con una diplomacia directa: les ofrece diálogo y una oportunidad. Pero que su predisposición no se confunda con flexibilidad, ya que puso una condición que no admite interpretaciones: antes Irán debe «abrir su puño». También se reafirmó –como proclamó desde el inició de la campaña electoral–, en su intención de mejorar la imagen de su país en el mundo musulmán. Obama volvió a aludir a sus familiares y a los años vividos en Indonesia, para expresar la necesidad de que los países musulmanes vuelvan a recuperar la confianza en Estados Unidos en vez de verlo como un enemigo. Obama quiere quebrar el antiamericanismo creciente, lo que le honra, pero que nadie crea que es un signo de debilidad. No titubea ante la amenaza de los radicales islamistas y, lejos de focalizarlos exclusivamente en un país, sí subrayó que es un peligro con muchas ramificaciones que traspasan las fronteras. Así, afirmó: «Es imposible pensar sólo acerca del conflicto de israelíes y palestinos y no pensar en lo que está ocurriendo con Siria, Irán, Líbano, Afganistán o Pakistán, porque estos asuntos están interrelacionados». Esta frase es un aviso para navegantes similar al de Bush: la administración de Obama sabe que los tentáculos del islamismo radical son numerosos, por lo que se impone una ofensiva diplomática y una intervención múltiple.
Lo dejó claro en su discurso de investidura y volvió a ser tajante ayer: con él en la Casa Blanca los radicales islámicos y los terroristas no pueden estar tranquilos ni albergar ninguna esperanza. No cederá a su chantaje. Como dijo el pasado veinte de enero: «No vamos a pedir perdón por nuestra forma de vida». Es cierto que Obama cuida más las formas que Bush pero no cabe ninguna duda: nos encontramos ante un presidente con mano de hierro bajo un guante de seda.