Santander

Orígenes

La Razón
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El Banco Urquijo encomendó la gestión de la sociedad a un personaje inteligentísimo, culto, abierto y nada proclive a la coba de su tiempo. Se llamaba Juan Lladó. Y con Juan Lladó ingresaron en el Urquijo toda suerte de hombres destacados en las Ciencias, la Economía y las Letras. Entre ellos, José Antonio Muñoz Rojas, uno de los más grandes –ya por aquel entonces– escritores de España, agricultor de Antequera, aún entre nosotros. No soplaban los vientos calmos y bonancibles en nuestra Economía, y los créditos personales adquirían la dimensión del milagro. Don Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, el «Embajador» por definición, resumía de esta manera la calidad humana de los altos directivos del Banco Urquijo. «Niegan los créditos, como todos, pero lo hacen en versos». Otros bancos eran menos literarios. En el Santander, Emilio Botín S. de Sautuola y López no presidía. Reinaba. Y lo hacía con antiguos métodos y alta sabiduría. Su banco, casi familiar, es hoy el más fuerte de España y uno de los más prestigiosos del mundo con su hijo Emilio al frente de la mole. Aquellos banqueros de antaño eran humanistas. Lo fueron Deleitosa, Aguirre Gonzalo, Villalonga y Escámez. Vestían la negativa con buenas palabras. El último, Alfonso Escámez, alcanzó la presidencia del Banco Central y de Cepsa desde su modesto empleo de «botones» en la sucursal de Águilas. Cuando se veía obligado a negar un crédito, alegraba al solicitante con una charla sosegada de música y de Ópera, siempre fluida e impactante. Emilio Botín recurría a los árboles de su casa del puente de San Miguel para no deprimir a los empresarios en quiebra que solicitaban su ayuda. El Presidente de un gran banco americano preguntó a Franco por el logro de su régimen. «España es la única nación en la que un "botones"de diez años puede llegar a ser el Presidente del Banco». Y el americano tuvo que meditar aquellas palabras. Los de ahora siguen diciendo que «no», pero sin recurrir a los versos. Y en otros ámbitos, los que han alcanzado la cima se amparan en su origen social para justificar sus errores. Alfonso Escámez no tuvo necesidad nunca de recordar a sus interlocutores, e incluso a sus enemigos, que provenía de una humilde familia murciana y que su primer trabajo en el Central fue el de «botones». Se sabía. En el caso de que su carrera no hubiera sido tan brillante, jamás hubiese recurrido al tópico del origen social. Ese argumento tan simple y falso demuestra muy poca imaginación. El Espía Mayor del Reino, el director del CNI, Alberto Saiz, que se mueve entre turbulencias, acusaciones de gozos excesivos a costa del contribuyente y demás lindezas, ha vuelto al trasanteayer para decir la tontería que sigue: «Todo esto me lo hacen a mí porque soy hijo de un mecánico». ¡Criatura, que eso es muy viejo, y muy antiguo! En España ser el hijo de un mecánico es dignísimo. No se preguntan los orígenes. La gran empresa, la banca, la política, las artes y las ciencias están muy nutridas de hijos de mecánicos, y de albañiles, y de personas que formaron a sus hijos trabajando de sol a sol. Todo eso que le hacen no es por ser el hijo de un mecánico, sino por ser un mal director del CNI. No se escude, quien dirige la Inteligencia en España, en tópicas majaderías resentidas.