Lisboa
Un nuevo cuerpo para una sola voz en política exterior de la UE
La Eurocámara busca ganar poderes de control y supervisión al tener un parlamento nacional en Política Exterior.
BRUSELAS- Hasta 27 países con sus zonas de interés y herencias históricas. Tres instituciones con sus propias ramas para la política exterior, y cambios de Gobierno en los Estados miembros que implican giros radicales en sus posturas, como probó el caso español respecto a Cuba. Por eso, tejer una política exterior común en la UE con tantos hilos puede ser complicado tan como levantar un «aquapark» en el desierto. Además, el último conflicto de enero pasado en Gaza mostró las debilidades de una UE representada por presidencias rotatorias de pequeños países. Como señala Jaume Duch, el portavoz del Parlamento, «se conocen los fallos, pero también los remedios».El botiquín es el Tratado de Lisboa, que coge polvo en el desván por el rechazo de los irlandeses. De entrar en vigor, tras la celebración de una segunda consulta probablemente en otoño, la propia Eurocámara sumaría poderes paralelamente con las tallas que ganaría la UE en sus viajes al exterior. «No produciría grandes cambios pero sí algunos al crear las estructuras comunes».El nexo de la unión vendría con el reforzamiento al Alto Representante de Política Exterior y Seguridad Común, cargo de Javier Solana, hasta asumir las competencias propias de un ministro de Asuntos Exteriores. Así, aunaría al equipo político del Consejo y los enormes recursos de la Comisión Europea, de la que sería vicepresidente, incluyendo el entramado de oficinas que tiene en el mundo. «Ningún otro país tiene un cuerpo diplomático como el que estaría a su disposición», opina Duch.La última palabra que tendría la Eurocámara en los presupuestos, y las sesiones de control por las que pasaría este zar diplomático, por ser parte de la Comisión, darían competencias similares a las de un parlamento nacional en Política Exterior.Un ambicioso paso si se compara con las funciones de la pasada Legislatura. Los pronunciamientos de los eurodiputados sobre China, Rusia y Oriente Medio no han pasado de ser palabras. El poder queda en manos de los Estados miembros que, además, tienen que acordar sus posiciones en el Consejo por unanimidad.Por eso, como resume un eurodiputado socialista, «la UE siempre llega tarde y mal, y nos dedicamos a pagar lo que otros destrozan».Otra manera de decir que la Unión basa gran parte de su acción exterior en el «soft power», ya fuera a través de su abultada billetera, que le ha convertido en el principal donante mundial; o del atractivo del proyecto europeo para los vecinos, que quieren ingresar en la UE. El nuevo tratado puede curar la afonía que impide a Europa actuar con una sola voz, poniéndole además un cuerpo musculoso en la escena internacional para que no sea sólo, como decía el príncipe danés, «palabras, palabras, palabras».
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