30 años de la caída del Muro de Berlín
La frontera invisible que divide aún a Alemania
Las divisiones persisten entre la parte oriental y la occidental: la economía, los salarios y la productividad son todavía hoy mucho menores en el este
No sale a cuenta tener una carrera en el este de Alemania. La frase, dictada a modo de sentencia, es la conclusión a la que llegó el periodista Olaf Jacobs tras examinar a las élites alemanas e indagar dónde habían concluido sus estudios. Ya se trate de altos directivos o de ministros federales, los alemanes orientales apenas están representados hoy en día en los principales puestos de trabajo del país y las condiciones, al referirse a los tribunales o a los cargos en la universidad, adquieren una importancia que roza lo simbólico.
La ecuación arroja asimismo una reveladora cifra: 6.500 euros brutos o, lo que es lo mismo, el promedio que gana de más un trabajador en el oeste comparado con uno del este. Ejemplos que, tres décadas después de la caída del muro, dejan patente que las diferencias entre las dos Alemanias continúan en todos los ámbitos, pero sobre todo en el económico. Como prueba, el PIB de las cinco regiones de la antigua República Democrática Alemana (RDA) que, en datos de 2018, solo representaba el 74,7% del nivel del oeste de Alemania y eso que, desde 2010, esta diferencia se redujo en 3,1 puntos, gracias a un tejido de pequeñas y medianas empresas y al dinamismo que en los últimos años han adquirido ciudades como Leipzig, Dresde y sobre todo Berlín.
No obstante, la mejora no compensa la ausencia de grandes empresas como Volkswagen, Siemens o Bayer, cuyas sedes están en el oeste, donde dan trabajo a decenas de miles de personas, o que ninguna empresa del Dax, el índice de los principales valores de la Bolsa de Fráncfort, tiene su sede en la parte oriental. También en el este la productividad es menor, un 82% de la que se registra en occidente.
Treinta años después de la caída del Muro, los factores estructurales aún lastran la economía de la antigua Alemania oriental. Así, según un informe presentado por el Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW), en 2018 la recaudación fiscal de los «Länder» orientales sólo alcanzó el 60% de la media federal. No obstante, lejos de esperar una mejora, los autores del estudio vaticinan que en las próximas tres décadas las diferencias podrían ahondarse aún más. Su informe traza un escenario pesimista de cara al futuro. Una advertencia que, sin embargo, cae en saco roto cuando llega a oídos del gobierno federal. «La situación en el este es mucho mejor que su reputación», declaró satisfecho a finales de septiembre el Gobierno de Angela Merkel, cuando presentó un informe anual sobre la unidad alemana.
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Entre los motivos de estas diferencias, la economista Kristina van Deuverden alude a un problema demográfico ocasionado por la intensa emigración hacia el oeste tras la reunificación en 1990. «El flujo de inversión y capitales que hubo hacia la antigua RDA fue inmenso. Pero las personas fueron en la otra dirección –explicó la experta–. Los niños que deberían haber nacido allí ya no están». De hecho, el consiguiente envejecimiento de la población forma parte de un círculo vicioso, puesto que no solamente afecta a los ingresos que fluyen hacia las arcas del estado, sino que reduce la mano de obra disponible, dificultando un desarrollo económico que, según los demógrafos, tendrá consecuencias durante varias décadas. «Es necesario atraer empresas, pero el problema es que no hay gente», agregó Van Deuverden.
Solo hay que darse una vuelta por el centro de algunas ciudades que ofrecen como mayor reclamo el triste espectáculo de tiendas y edificios en venta. El dinamismo de poblaciones como Dresde, Jena o Leipzig no ha conseguido ocultar el éxodo y el envejecimiento que azotan a estas regiones. Así, en algunas localidades, como Suhl (en Turingia) o Fráncfort del Óder, en el estado de Brandeburgo, la población cayó más de un 30% en tres décadas, lo que tuvo repercusiones en los servicios públicos y en las infraestructuras. Una tendencia que ni siquiera se vio revertida con la acogida de cientos de miles de refugiados en Alemania desde 2015, máxime teniendo en cuenta que la mayoría de ellos eligió el oeste para quedarse.
Una circunstancia que ha afectado al mercado laboral. En los últimos veinte años, el desempleo en los estados orientales se ha reducido desde el 18% al 6,5%, es decir, tan sólo dos puntos porcentuales por encima de los estados occidentales. Sin embargo, dicha caída se debe en parte a la jubilación de una parte sustancial de la población activa. El desequilibrio demográfico entre ambas partes del país se ve acentuado por el hecho de que en el este predominen las zonas rurales, aunque a lo largo de las últimas tres décadas la productividad media de éstas ha igualado prácticamente a la del ámbito rural occidental.
Unos factores que, en su conjunto, han sido el caldo de cultivo para que el este alemán sea el lugar perfecto para que germinen los sentimientos populistas con el partido de ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD) como mejor exponente. Creado en 2013, la formación xenófoba obtuvo sus mejores resultados en la zona oriental, donde ya recaba entre el 20 y el 30% de los votos, mientras que en el oeste saca, de media, un 10%. En junio, hizo falta que todas las formaciones hicieran un frente común para impedir que el AfD conquistara en Görltiz su primera ciudad importante.
Pero no todo queda ahí. El este, donde las formaciones tradicionales van en rápido declive, también es la cuna del movimiento islamófobo Pegida, que reunió en los últimos años a miles de manifestantes cada lunes en Dresde. Una situación que, según los politólogos, está vinculada a que muchos alemanes orientales siguen albergando el sentimiento de ser «ciudadanos de segunda». Así, según un sondeo reciente, el 74% considera que sigue habiendo «diferencias muy grandes» entre las dos partes del país.
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