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Reunión
La esperada reunión entre la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el presidente estadounidense concluyó este domingo con un acuerdo para fijar los aranceles comerciales en un 15%. «Es imposible bajarlo, eso no sucederá», había dicho Trump durante la conferencia de prensa previa a la reunión. Asimismo, se refirmó en que «este pacto económico, el mayor jamás firmado, tiene que servir para que Europa se abra a los productos estadounidenses».
Además, aseguró que es «un buen pacto para todos». Por su parte, la jefa de la Comisión calificó la firma como un gran paso tras «duras negociaciones», y coincidió en que beneficia a ambas partes. De esta manera, termina la incertidumbre entre las empresas europeas tras la amenaza del magnate neoyorkino de aplicar tarifas del 30% a partir del 1 de agosto.
Además del 15% de aranceles, los términos del acuerdo también incluyen la compra por parte de la Unión Europea (UE) de 750.000 millones de dólares en energía estadounidense, así como realizar inversiones adicionales de 600.000 millones en Estados Unidos. Sin embargo, hay diversas áreas no pactadas y algunas condiciones adicionales. Se mantendrán los aranceles del 50% sobre acero y aluminio, con una muy escasa flexibilidad excepto a través de cuotas muy estrictas.
Las exportaciones de los automóviles podrían quedar bajo el nuevo 15%, sustituyendo el arancel actual del 27.5% sobre los vehículos europeos. Y los productos estratégicos como la aeronáutica y las bebidas alcohólicas podrían recibir exenciones parciales. No obstante, el vino y la agricultura no se beneficiaron de estas medidas, cosa que es una mala noticia para España. Finalmente, los productos farmacéuticos han quedado excluidos ya que Estados Unidos no aceptó compromisos en ese sector.
Desde abril de 2025, la Administración Trump ha adoptado una política arancelaria más que agresiva. A mediados de ese mes impuso un 10% para la mayoría de las mercancías europeas, más un 25% sobre los automóviles y un 50% en el acero y el aluminio. Este último «seguirá como está», según afirmó el presidente, que se negó a dar su brazo a torcer con respecto a las tarifas sobre los metales, que considera cruciales para el futuro de la economía estadounidense, salvo en casos excepcionales mediante cuotas muy restringidas.
La reunión en Escocia no es una cita más en la agenda de Washington y Bruselas, sino un momento cumbre y bisagra para las relaciones transatlánticas ya que supone la última oportunidad para evitar una guerra comercial. Es decir, que no solo es una negociación sobre los aranceles sino una batalla por definir el nuevo orden económico internacional. De esta manera, el resultado está llamado a marcar si el multilateralismo todavía tiene espacio, o, lo que es lo mismo, si Donald Trump está dispuesto a mantener alguna forma de cooperación con sus aliados.
Por su parte, la UE también se enfrentaba al dilema de si es capaz de actuar como un bloque unido con poder real. Los negociadores estadounidenses son conscientes de que Von der Leyen representa a una UE fragmentada, aunque, pese a las diferencias entre los Estados miembros, Bruselas ha logrado una posición consensuada, algo poco habitual en momentos de crisis comercial. Como es habitual, el mayor obstáculo de la UE es superar sus divisiones internas.
Por ejemplo, mientras Francia quería presentar firmeza y unas condiciones de retaliación claras, Alemania se mostró en todo momento dispuesta a encontrar una solución pactada, sobre todo para proteger su industria automotriz. Asimismo, los países de Europa del Este, algunos de los cuales son muy dependientes de Estados Unidos, estaban presionando para ceder en parte a las demandas económicas de Donald Trump. Sea como fuere, la jefa de la Comisión se sentó con el presidente con un mandato firme del Consejo: no aceptar imposiciones unilaterales ni renunciar a los estándares regulatorios de la UE.
La reunión, celebrada en el campo de golf propiedad del magnate neoyorkino en Turnberry, al oeste de Escocia, también ha supuesto el mayor enfrentamiento económico entre las partes desde la creación de la Organización Mundial del Comercio, en 1995. Más aún, el conflicto podría tener un efecto muy negativo en la economía mundial porque juntos representan más del 40% del PIB global, y el 30% del comercio mundial, cosa que afectaría a las cadenas de suministro globales, encarecería los productos industriales y agrícolas, y tendría un efecto dominó sobre las economías interconectadas (como México, Canadá, China o Corea del Sur).
Donald Trump llegó a Escocia con su típico estilo negociador tan abrupto como imprevisible, cosa que ha generado una gran incertidumbre en Bruselas ya que esta temía que el magnate introdujera nuevas demandas o condiciones durante la reunión. Sobre todo, teniendo en cuenta que el inquilino de la Casa Blanca ya no está limitado por los contrapesos institucionales que lo moderaban en su primer mandato, así como también ha usado la reunión con Von Der Leyen como una baza política y electoral con la que mostrar mano dura con la UE, a la que ayer volvió a acusar de haber sido “muy injusta con Estados Unidos”. No obstante, el presidente es consciente de que una guerra comercial afectaría muy negativamente a los agricultores y fabricantes estadounidenses. La delegada línea roja entre la bravuconería y la realidad.
De la letra pequeña de la reunión dependen los sectores comerciales en concreto. En cuanto al de la automoción, Estados Unidos exige limitar las exportaciones europeas de coches eléctricos y de lujo. Algo especialmente contraproducente para Alemania, la principal exportadora europea, por lo que Berlín busca a toda costa evitar cuotas y ampliar la cooperación tecnológica. En el sector farmacéutico y de biotecnología, Washington reclama acceso a licencias europeas y una menor regulación de patentes, mientras Bruselas exige respeto al modelo europeo de precios y de aprobación sanitaria.
Ambas partes tienen en esta guerra mucho en juego. Donald Trump quiere reforzar su narrativa de fuerza frente a Europa, favorecer los sectores industriales estadounidenses clave (el acero, los vehículos y las energías fósiles), y desarticular las regulaciones que considera un freno para el “progreso económico estadounidense”.
Por su parte, Von der Leyen se juega su liderazgo político como jefa de la Comisión porque un fracaso reforzaría a los sectores euroescépticos y ultraconservadores que reclaman menos dependencia de Estados Unidos. Su objetivo: defender el modelo europeo de regulación con sus normas ambientales, sanitarias y laborales, evitar un colapso industrial en sectores sensibles y no ceder ante presiones unilaterales que debiliten la soberanía comercial europea.
Por su parte, la victoria simbólica del magnate neoyorkino estaba garantizada ya sea con el 15% o el 30% de aranceles, puesto que logrará asegurar para Washington unos ingresos mil millonarios de fuentes europeas. Además, al igual que hizo durante las recientes negociaciones con Japón, la estrategia de Donald Trump consolida su visión unilateral de presión comercial. Algo que, según diversos expertos, otorga más poder a la Casa Blanca, sobre todo para cambiar de opinión cuando le plazca.
Una vez alcanzado el acuerdo, las partes todavía tendrán serios retos por delante. En primer lugar, ambos campos deberán ponerse de acuerdo para la aplicación técnica detallada del acuerdo y convertirlo en normas concretas. Asimismo, la UE seguirá en alerta con un paquete de contramedidas de hasta 93 mil millones de euros en aranceles sobre productos como el bourbon, la tecnología, la soja o la aviación, si Estados Unidos viola o amplía las condiciones, porque, aunque el presidente aseguró que será “un pacto duradero”, este siempre será sensible a las necesidades políticas del inquilino de la Casa Blanca, con lo que no es descartable que lo quiera renegociar o romper si cambian sus prioridades electorales. Por ello, los próximos debates se centrarán en si el acuerdo pavimenta una nueva era de cooperación pragmática, o si solo es una tregua precaria.
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