Boris Johnson

La pesadilla del Brexit no ha terminado

Boris Johnson reaviva el fantasma del divorcio caótico en 2020. La UE y Londres solo tienen once meses para pactar un acuerdo comercial y Reino Unido quiere imponer barreras en contra del criterio de Bruselas

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«Señores, estamos fuera». Aquella madrugada del 24 de junio de 2016, las palabras pronunciadas durante el lento recuento electoral por el emblemático presentador de la BBC David Dimbleby, pasaran a la posteridad. Han transcurrido más de tres años del referéndum en el que los británicos abogaron por la salida del bloque con el 51,9% de los votos frente al 48,1%, y Downing Street ha contado con hasta tres inquilinos distintos desde que comenzó el proceso. David Cameron presentó su dimisión nada más conocerse los resultados. Theresa May lo buscó sin descanso, pero sus intentos fracasaron. Y Boris Johnson será finamente quien dé el paso histórico. Cuesta aún creerlo, pero tras más de 47 años de tormentosa relación, Reino Unido dejará oficialmente de ser miembro de la UE.

La salida, prevista para el 31 de enero de 2020, sin duda alguna será un paso psicológicamente muy importante para ambos lados del Canal de la Mancha. Sobre todo para aquellos que nunca perdieron la esperanza de tener un nuevo plebiscito. La posibilidad existió hasta el último momento. Las encuestas llegaron a vaticinar de nuevo un Westminster fragmentado para los comicios del pasado 12 de diciembre. Y, sin embargo, Johnson acabó consiguiendo una amplia mayoría absoluta de hasta 80 diputados contra la que, ahora sí, no existe ningún riesgo de que oposición o diputados rebeldes pro-UE se interpongan en su camino.

Contra todo pronóstico, el «premier» logró renegociar el pasado mes de octubre un nuevo Acuerdo de Retirada con la UE, por lo que la salida será ordenada. Los tres pilares del pacto no han cambiado respecto a los que cerró su día su antecesora: factura de divorcio para Londres de entre 40.000 y 45.000 millones de euros; garantía de los derechos de los alrededor de tres millones de comunitarios residentes en suelo británico (entre ellos los entre 160.000 y 240.000 españoles) y evitar una frontera dura entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte para no poner en peligro la paz conseguida en el Ulster en 1998.

En cualquier caso, desde el 1 de febrero hasta el 31 de diciembre de 2020 todo seguirá igual. Se trata del llamado periodo de transición, en el que Reino Unido seguirá como hasta ahora como miembro del mercado único –con la libertad de movimiento que eso conlleva– y unión aduanera, aunque sin tener ya ni voz ni voto.

Este periodo podría ser extendido por otro año o incluso dos, siempre y cuando Londres lo solicitara antes del 1 de julio. Pero el primer ministro no tiene intención de hacerlo. Es más, para que esta fase no pueda alargarse más, ha presentado una enmienda a la llamada Ley del Brexit se tramita ahora en el Parlamento británico para legitimar la salida en sí.

Y es entonces cuando, de nuevo, aparecerá el fantasma de la ruptura caótica. Porque se antoja materialmente imposible negociar en apenas once meses unas relaciones futuras entre Reino Unido y la UE que, aparte del pacto comercial, deben tratar otras áreas como seguridad o intercambio de estudiantes. Convenios comerciales menos ambiciosos entre el bloque y países como Ucrania, Canadá, Corea del Norte, Japón o Singapur han llevado entre cuatro y nueve años para negociarse y ratificarse.

«Plazos muy ajustados»

La nueva presidenta de la Comisión Europea, la conservadora alemana Ursula von der Leyen, ya ha advertido que «los plazos son muy ajustados». «El acuerdo tiene que concluirse en diciembre de 2020 y eso deja muy poco tiempo. Pero si no somos capaces de hacerlo estaremos de nuevo al borde del abismo», matizó.

Por las pistas que ha ido lanzando el primer ministro británico, parece que Londres no quiere mantener los mismos estándares que la UE, sino que quiere divergir de ellos. En definitiva, la negociación comercial va a seguir el sentido contrario al de cualquier otro proceso: en vez de derribar barreras para facilitar más el comercio, en este caso el acuerdo comercial parece encaminado a construirlas.

«Once meses es un tiempo increíblemente corto para negociar cualquier acuerdo comercial exterior», asegura la experta en Derecho Europeo Catherine Barnard. En estas circunstancias, según la especialista, lo que se podrá esperar es un tratado que cubra únicamente aspectos como bienes industriales y agroalimentarios, las reglas de origen necesarias en cualquier acuerdo de libre comercio y algunos estándares de reconocimiento mutuo entre las partes. Dejar fuera los servicios sería tremendamente significativo, ya que es un sector que representa el 80% de la economía británica.

Por su parte, el economista e investigador Johnatan Portes pronostica que el escenario más probable, dadas las limitaciones de tiempo que se impondrán, será un acuerdo de «mínimos» en el que, por descontado, Reino Unido no tendrá «el nivel de integración económica» que mantiene ahora con el bloque comunitario. «Las consecuencias económicas no serán de hecho tan diferentes a las de un «no-acuerdo», serán mejores (...), pero no mucho», añade.

Aparte de negociar en el acuerdo las futuras relaciones, éste se tiene luego que ratificarse. Si es uno sencillo, solo con aranceles y poco más, podría ser por el procedimiento rápido. Pero si incluye servicios, y es algo más complejo, tendría que pasar además del Parlamento europeo, por todos los parlamentos nacionales de los Veintisiete y unos cuantos regionales.

En caso de que no se pudiera alcanzar el consenso, Reino Unido quedaría bajo las reglas de la Organización Mundial del Comercio y su PIB, según los analistas, decrecería hasta el 8 o 9% en la próxima década. «Es improbable que Reino Unido, desde el punto de vista económico, esté preparado para el impacto significativo que sufrirán las empresas», apostilló Portes, quien confió en que el país pueda obtener una extensión más adelante «de facto» o «de jure».

Con una ruptura caótica, la UE seguiría disfrutando de las ventajas y garantías que ofrece el mercado único y la unión aduanera, así como de las relaciones creadas con los más de setecientos acuerdos comerciales que la UE tiene con países terceros. Pero, indudablemente, un Brexit abrupto, en palabras de la propia presidenta de la Comisión Europea, tampoco «interesa» al bloque. De ahí que Bruselas trabaje para avanzar lo más posible en las negociaciones, que de nuevo dirigirá Michel Barnier, a quien los Veintisiete han renovado su confianza como interlocutor con Londres.

Las posibilidades de que Boris Johnson incumpla su palabra sobre lo que viene y finalmente haya ampliación de plazos son muchas. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que se desdice. En su día, ya llegó a prometer que «antes muerto en una zanja» que pedir nueva ampliación de plazos, y finalmente Reino Unido no salió del bloque como él quería en Halloween.