Coronavirus
Rafael Argullol: “En estos momentos necesitamos coraje, compasión y espíritu crítico”
“No hay nada mejor que meter a todos libremente en su prisión que haciendo sonar las trompetas del apocalipsis", asegura el escritor sobre el confinamiento
Rafael Argullol (Barcelona, 1949) escribió en 1993 un libro ahora casi profético,“La razón del mal”, en el que abordaba los mismos temores que se ciernen hoy en este mundo atónito y paralizado que vivimos. “En el libro describía los efectos en una ciudad de una epidemia de tipo espiritual, que desataba los mecanismos de sospecha, miedo e incertidumbre que estamos viendo ahora". Argullol, catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Pompeu Fabra, autor de más de treinta libros, anima en esta entrevista telefónica con LA RAZÓN a afrontar este trance con ”coraje, compasión y espíritu crítico”.
¿Qué salida imaginó para la gente en aquel libro?
Yo exponía la posibilidad de que una situación así llevara a un deterioro de la libertad e incluso a una vía para nuevas tiranías. En cuanto al resultado de una dinámica de este tipo hay dos alternativas que se estarán barajando en nuestra sociedad cuando todo esto decline. Por un lado, las voces que ya se están haciendo oír que claman por un cambio de nuestras actitudes, de nuestras vidas y de nosotros mismos; y por otro lado, en el extremo opuesto, habrá la tendencia a la anestesia, la amnesia, al olvido, que es propio de cuando el dolor pasa. Lo que hemos visto tras las crisis económicas recientes es que hubo muy poco aprendizaje.
¿Qué pulsión acabará imponiéndose, la del internacionalismo y la cooperación o la del nacionalismo y el individualismo?
De la misma manera que en el seno de la población esto está desatando movimientos delirantes de egoísmo (hoy he leído que hay pueblos que se atrincheran para impedir que llegue gente) estamos asistiendo al mismo tiempo a grandes muestras de coraje, compasión y solidaridad. Lo que ocurre en el seno individual de la vida ciudadana también va a ocurrir en todos los terrenos. Habrá una tendencia al irracionimo propia del particularismo que estamos viendo en varios países, y de una manera muy destacada en Hungría. Esto puede llevar a una aceleración del proceso de tiranía. Por otro lado, habrá voces -que yo siento bastante débiles- que llamen a la solidaridad. En el caso de Europa, hay que ver si es capaz de enfrentarse a lo que está ocurriendo con un fondo de solidaridad y fraternidad, porque si no es así, el proyecto de Europa se puede dar por acabado.
¿Tan tajante lo ve?
Sí. Uno puede vivir muchos años con el pragmatismo de la economía y con una Europa que no nos ilusiona pero que es cómoda en aspectos como puede ser la circulación de personas; pero si delante de un precipicio -como sucede en esta crisis- no se reacciona, es como si una familia ante una situación traumática falla y se producen enfados o separaciones que duran décadas o toda vida. Si el proyecto europeo no sirve para afrontar situaciones como ésta es que no sirve para nada. Si ante el dolor o el amor se es insensible, no sirve. Se puede sobrevivir, pero no vivir con ilusión y con fuerza. Hay algunos países del norte de Europa que piensan que es más importante la economía que la salud, es un punto de vista bastante egoísta e inhumano. Pero hay que juzgar con cuidado porque es todo muy complejo. Las secuelas económicas pueden ser muy duras y tendrán muchas consecuencias para la gente.
¿Cree que el nivel de bienestar actual va a desaparecer? ¿Habrá un terremoto social que empobrecerá a una gran parte de la población en los países occidentales?
El hecho de que España tenga un buen sistema sanitario, aunque algo debilitado en la última década por los recortes, es una emanación de las clases medias, eso que hemos llamado el Estado del Bienestar. En el modelo americano, las clases medias tienen temor a ir al médico porque es carísimo, no tienen una seguridad social importante. En España, si la crisis actual no la afrontamos con garantías se va a generar un colapso de esa hegemonía de la clase media y podríamos asistir a un debilitamiento radical de ese colchón social, que es lo que llamamos clase media.
En una situación excepcional como ésta, ¿tiene miedo a una deriva autoritaria de gobiernos y organismos internacionales?
Sí. Quizás lo que más me preocupa es que la salida de esta situación sea una en la que los mecanismos de control de la libertad vayan muy lejos. Imagínate los millones de cámaras que nos están vigilando estos días. Circulan todo tipo de noticias inquietantes como los sistemas de geolocalizacion de los móviles y la creación de carnets víricos, cosas que si se convierten en persistentes pueden ser una amenaza para la libertad tremenda.
Cuánto más nos protegemos, ¿más débiles parece que somos como sociedad?
Hay algunos libros que hablan de esta deriva a partir de los experimentos mortales de guerra química de los años 60. Hace años que la perspectiva de una tercera guerra mundial, bien nuclear o químico bacteriológica, aparece en distopías, en series, películas y libros. Pero cuando esa distopía ha acabado apareciendo de verdad, el lobo feroz nos ha dejado a todos desorientados y desamparados. No hay duda de que si el universo tecnológico en el que nos encontramos no se mantiene en equilibrio, puede ser realmente peligroso.
Esta infección que tan rápido se ha propagado nos ha mostrado cuán vulnerables somos como sociedad. ¿Cree que no éramos conscientes de esta debilidad?
A veces las palabras son muy sabias. La etimología de la palabra “enfermedad” proviene del latín “infirmitas”, que quiere decir perder la tierra firme. Esto ya lo sabemos por nuestras enfermedades individuales pero ahora lo estamos experimentando colectivamente, con lo cual nos sentimos como náufragos de manera colectiva. Esto es algo que la humanidad experimentó en las guerras o epidemias y que la literatura ha recogido en libros como La Iliada, en la caso de la guerra, o en Edipo Rey, en el caso de la epidemia. Lo que pasa es que ni en tu generación ni la mía, salvando la Guerra Fría, habíamos vivido algo en caliente, con todo el barroquismo y las imágenes tradicionales de las plagas y de las pestes.
¿Considera que este momento puede suponer un rearme del pensamiento o, por el contrario, seguiremos instalados en la banalidad?
Depende de la reacción de la sociedad, porque la debilidad del pensamiento parte de la debilidad cultural y educacional de una comunidad. Si la comunidad saca de la crisis actual una enseñanza y mejora, mejorará la calidad de nuestro pensamiento. Sería muy importante que la sociedad española se acostumbrara a hacer menos caso del pensamiento “fast food” de los mil tertulianos que hablan de todo y profundizara un poco más. Cuando se reabran los restaurantes y estemos por ahí sentados deberíamos escuchar conversaciones de nivel más elevado. Mientras que lo que escuchemos sea de un nivel tan bajo, es muy demagógico pedir que los maestros solucionen las cosas en las escuelas, es la propia sociedad la que tiene que autosolucionarlo.
¿El confinamiento es un buen momento para bucear en uno mismo y buscar asideros espirituales?
Yo creo que es un buen momento para que los talantes de cada uno se manifiesten, para bien y para mal. Como es un hábitat comprimido, manifestaremos tanto lo mejor como lo peor de nosotros mismos. Para algunos será un buen momento para reflexionar y para otros, para ponerse histéricos.
Llama la atención la rápida sumisión que la sociedad ha mostrado ante la orden de confinamiento. ¿A qué se debe?
Eso es miedo. Todo el mundo tiene miedo cuando se enfrenta a algo desconocido. Hay una polifonía de miedos: hay miedo al Estado, a los políticos, y hay el miedo de los ciudadanos. Aunque los políticos han cometido graves errores -también vinculados a la apreciación de esta pandemia-, hay que saber que no lo hacen solo por ambición u oportunismo sino porque están inseguros y tienen miedo, no saben por dónde van. Podrían aconsejarse mejor pero también es verdad que no hay nada mejor que meter a todos libremente en su prisión que haciendo sonar las trompetas del apocalipsis.
Parece que la mayoría de los problemas políticos de antes han perdido sustancia, que todo ha adquirido otro peso, incluido el independentismo catalán.
De la misma manera que cuando uno está enfermo lo accesorio queda fuera de lugar, cuando una sociedad está enferma lo secundario pierde foco. Yo diría que en estos momentos lo que necesitamos es coraje, compasión y espíritu critico. En una situación como ésta uno no es ni francés ni chino ni estadounidense. Una situación como esta es la que te obliga a considerarte como miembro de la especie humana. No es un problema de Cataluña, de España o de Italia. Yo tengo mucha simpatía por lo holandés, pero cuando escuché las palabras del primer ministro de este país me parecieron detestables. En estos momentos, la compasión y la solidaridad llevan a que no haya fronteras, olvidémonos de los DNI nacionales. En una situación límite me da igual si el que está agonizando es catalán, madrileño u holandés, y esta es la enseñanza profunda de lo que estamos viviendo.
Nadie se tomó muy en serio en España los riesgos de que pudiera ser una pandemia terrible. ¿Que pasó?
A la gente le costó aceptarlo. Primero porque da pereza cambiar el modo de vida y, en segundo lugar, porque muchas veces se intenta conjurar el miedo con la ignorancia. La misma semana que se impuso el estado de alarma me encontré con un amigo cardiólogo y no quiso mantener la distancia. Venga a dar abrazos. No había una percepción de peligro que luego cambió rápidamente. Y si la hubiera habido, hubiéramos podido prepararnos mejor teniendo en cuenta lo que pasaba en Italia.
Pero el Gobierno tampoco supo anticiparse, teniendo el asesoramiento de expertos en la materia.
Seamos justos con el Gobierno de aquí. Con una ideología totalmente distinta, Boris Johnson en Reino Unido ha mareado a perdiz enormemente. En general, aún hoy hay una gran desorientación. Tengo amigos expertos en epidemias que opinan cosas contrarias. Esto está sucediendo, por ejemplo, con el uso de mascarillas. Aún hay aspectos desconocidos de lo que nos está sucediendo. Esto no quita para que todo gobierno tenga una capacidad de anticipación y de transparencia que no siempre se ve. No se puede mentir, hay que ir con cuidado para no alarmar, pero para no alarmar no se puede mentir. Tiene haber una sabiduría del equilibrio entre la información o transparencia y la cautela.
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