Internacional
Un debate final de «medio» voltaje entre Trump y Biden
En el último cara a cara se silenciará el micrófono del rival durante dos minutos para evitar el ruido y las interrupciones
No hubo segundo debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden y, aunque previsto, nadie sabe a ciencia cierta si habrá un tercero. Desde luego que está fijado desde hace año. Pero su programación arrastra el descalabro del calendario previsto desde que el presidente de EE UU dió positivo por coronavirus. Hace dos semanas, Trump y sus asesores negaron tajantemente cualquier posibilidad de celebrar aquel segundo debate de forma virtual, con cada uno de los contendientes en un estudio separado por miles de kilómetros del otro.
En el caso del tercer debate, previsto para el jueves, la comisión encargada de regular el evento acordó silenciar los micrófonos de los protagonistas durante el arranque de cada segmento de quince minutos, esto es, durante los dos minutos iniciales en los que su oponente explique las líneas maestras de sus políticas. Todo sea con tal de sobrellevar mejor la perspectiva de un debate tan caótico, sucio y turbulento como el primero. Cuando la conversación derivó en un cruce a quemarropa de acusaciones, malos modos y desplantes.
Los dos candidatos, y sobre todo Trump, no dejaban de interrumpirse. El descrédito del formato fue casi insuperable. Es que en 2020 no hay asunto político sin su correspondiente dosis de controversia. Y el primer problema tiene que ver con el nombre de la periodista encargada de moderarlo. Kristen Welker, de la NBC, ha sido designada para tomar el relevo de Chris Wallace, de la Fox. Wallace remató el primer debate exasperado por la actuación del presidente y su radical inobservancia de todas sus indicaciones y ruegos.
También mostró su indignación cuando trascendió que varios colaboradores de Trump habrían dado positivo por el virus en las horas y días previos a un debate donde el equipo del candidato republicano se negó a portar mascarillas. Precisamente en el programa Fox & Friends, Trump ha protestado por la elección de Welker. «Kristen Welker es terrible», comentó, «quiero decir que es totalmente partidista». «Hay personas que pueden ser neutrales. Kristen Welker no puede ser neutral en absoluto», añadió.
Desde luego los dos candidatos no afrontan el debate con dos posiciones enfrentadas. También su preparación difiere. Así, mientras que Biden estaría ya encerrado con sus asesores y consejeros, consagrado a preparar su actuación, Trump no abandona la carretera. Esta vez en Pensilvania. Uno de los estados decisivos de cara al 3 de noviembre. Donde el candidato demócrata tiene ahora mismo un 52,7% de posibilidades de ganar, frente al 46,6% del republicano: 6 puntos de distancia ya no caen dentro de la zona de incertidumbre o confort, según quién y cómo mire, de las encuestas.
En cuanto al contenido del debate también hay polémica. «Esperábamos que la política exterior fuera el tema del debate del día 22. Les urgimos a evaluar de nuevo los temas» previstos, indicó el jefe de la campaña de Trump, Bill Stepien, en una carta enviada a la independiente Comisión de Debates Presidenciales. Stepien se quejaba así por la decisión de la moderadora de no centrar solo el intercambio en temas de política exterior, sino incluir también preguntas sobre la covid-19 y el cambio climático, asuntos más espinosos para Trump.
La política exterior suele ser una de las cuestiones tradicionalmente importantes en la agenda política previa a unas elecciones a la Casa Blanca. Un asunto crucial con las administraciones de Ronald Reagan, uno de los indiscutidos arquitectos del final de la Guerra Fría, los dos Bush, que lideraron las guerras en el Golfo, Bill Clinton, al que le explotó el polvorín de Yugoslavia, o por supuesto Barack Obama, que heredó ya el mundo post 11-S que marcó tanto la presidencia de su antecesor como la suya. La agenda internacional, por cierto, presenta tantas luces como sombras en el caso del actual mandatario. Nadie podrá negarle que ha plantado cara al ventajismo de una China que lleva años jugando al doble juego de ser nación en desarrollo e incontenible superpotencia.
La apuesta por romper el acuerdo con Irán todavía necesita demostrar sus bondades, mientras que el reciente acuerdo entre Israel y Emiratos Árabes, fruto inesperado e ilusionante del intento por liderar una solución entre Israel y Palestina, quedará como uno de sus grandes logros. Al mismo tiempo sus shows con el dictador de Corea del Norte y sus carantoñas a Putin, la salida más o menos desordenada de teatros bélicos como Siria, donde abandonó a las fuerzas kurdas, así como sus desplantes a los viejos socios atlantistas, a los que acusa de parasitar la ayuda y buena fe estadounidenses, han generado algo más que tensiones en el damero internacional y, por supuesto, en EE UU.
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