Internacional
América «is back»
Estados Unidos vuelve a la escena global con Biden . ¿Qué significa eso para los líderes mundiales? ¿Quién gana y quién pierde?
«Volveremos». Éste fue el escueto pero contundente mensaje que trasladó Joe Biden a los asistentes de la Cumbre de Seguridad de Múnich en febrero de 2020, antes del estallido de la pandemia del coronavirus. Biden es un convencido internacionalista. Gran parte de su biografía está vinculada a la Política Exterior. Presidió el Comité de Relaciones Internacionales en el Senado y cultivó los contactos con los líderes mundiales durante los ocho años de vicepresidente de Barack Obama. El 46º presidente electo es un defensor del orden liberal dibujado por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
Por eso, Biden quiere restaurar la confianza de los aliados, de los organismos multilaterales y respetar la inviolabilidad de los acuerdos internacionales. Cambiar la marca «America first» por «America is back». Como dice el profesor de Princeton Charles Cameron a menudo América primero se convirtió en América sola. Recuperar el espíritu de Kennedy y volver a situar a Estados Unidos como un faro que ilumina al resto de las democracias.
Revertir, en definitiva, los cuatro últimos años de políticas aislacionistas, unilateralistas y proteccionistas que han dañado la imagen de Estados Unidos en el mundo. En un reciente artículo en «Foreign Affairs», el presidente electo escribió que «el compromiso de América es sagrado no es transaccional». Trump redujo las relaciones internacionales a un negocio (en el mejor de los casos) o mercadeo (en el peor). Igual que Barack Obama firmó el cierre de Guantánamo en su primer día en la Casa Blanca. Una firma simbólica pues la cárcel sigue operativa aunque nunca volvió a los niveles de la guerra contra el terrorismo. Joe Biden planea firmar el regreso a los Acuerdos de París nada más pisar el Despacho Oval.
Con la victoria del demócrata los líderes internacionales empiezan a revisar sus políticas para reconectar con la Casa Blanca. En esta nueva andadura que empezará el próximo 20 de enero –la campaña de Trump contra el fraude parece más un delirio o una ensoñación de quien no sabe aceptar una derrota– nos preguntamos qué tienen que ganar o perder los líderes mundiales. China ha tardado casi una semana en reconocer la victoria de Biden. Eso nos da pistas de la poca esperanza que tiene Xi Jinping de que el presidente electo vaya a cambiar el tipo de relación.
Donald Trump dio un vuelco a la forma en la que Estados Unidos debía acercarse a China. Perdió la ingenuidad anterior basada en que la convergencia comercial y la liberación económica traería la libertad política. El analista Michael O’Hanlon del Brookings Institute, think thank establecido en Washington, recalca que «curiosamente, el Pentágono y el presupuesto de Defensa podría ser un área de escasa divergencia entre Trump y Biden». O’Hanlon sostiene que todavía sigue vigente la revisión estratégica que introdujo el general y ex jefe del Pentágono, Jim Mattis, en la que otorgaba una mayor relevancia a China y Rusia de la que se había dado tras el fin de la Guerra Fría.
La anexión de Moscú de la península ucraniana de Crimea o la apropiación de casi el 90% de las aguas del Mar de China Meridional que ha reavivado las disputas territoriales con Filipinas, Malasia, Vietnam, Brunéi y Taiwán propiciaron este giro. Vladimir Putin, que mientras escribo estas líneas todavía no ha felicitado al presidente electo, sabe que ya no va a encontrar a un admirador en la Casa Blanca. La respuesta de Washington a los envenenamientos políticos como el de Navalny o las interferencias rusas en los procesos electorales será más enérgica. Pero en paralelo a este endurecimiento se espera retomar la diplomacia tradicional y restablecer los canales habituales de comunicación.
La nueva Administración trabajará con China y Rusia en áreas de interés mutuo como la no proliferación de armas nucleares, el cambio climático o el terrorismo islámico. Irán puede ser un elemento de discusión entre los tres poderes. El restablecimiento total del acuerdo nuclear (JCPOA, en sus siglas en inglés) va a ser francamente complicado porque requiere que las dos partes realicen concesiones profundas y hay muchas resistencias en las dos naciones, pero sí se espera que Estados Unidos escenifique su voluntad de resolver los grandes problemas por la vía diplomática.
Respecto a Venezuela, Biden mantendrá la doctrina del cambio de régimen. En Washington, el cerco diplomático a Maduro es una de las pocas políticas bipartidistas. Tampoco se revertirá el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela. Puede introducirse un cambio de estilo pero no de fondo.
«Soy irlandés»
Con la caída de Trump el Brexit pierde a uno de sus mayores entusiastas. Esto obliga a Boris Johnson a moverse. «Soy irlandés», contestó Biden a la BBC. Toda una declaración de intenciones. El politólogo austriaco, Paul Schmidt, advierte de que el demócrata «rechazará una violación del derecho internacional [en referencia a la polémica Ley de Mercado Interior] y presionará para que se respeten los Acuerdos del Viernes Santo. Rechazará una frontera dura en Irlanda». Habrá menos apetito para acelerar la firma de un acuerdo de libre comercio con Londres. «Llevará su tiempo. No habrá favores aquí», zanja Schmidt.
Más optimismo se respira en Bruselas. Biden conversó por teléfono con Merkel y Macron el mismo día que lo hizo con Johnson. Hay una clara voluntad de recomponer el vínculo transatlántico para hacer frente al auge de los autoritarismos. No obstante, Europa ha perdido ya la inocencia y no espera volver al pasado –Josep Borrell dixit– pero se muestran aliviados con la idea de poder volver a dialogar con el socio americano.
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