Guerras privadas
Los mercenarios, un nuevo actor glogal
Empresas especializadas en proveer servicios de seguridad han tomado las armas en escenarios tan dispares como Ucrania, Siria o Nigeria
Un viejo actor está cobrando un nuevo protagonismo en la escena internacional. Desde hace ya casi dos décadas la figura del mercenario o soldado de fortuna está desempeñando un papel cada vez más importante en el escenario geopolítico global. No hace tanto poblaban las páginas de los periódicos historias de temerarios españoles que se habían unido a milicias kurdas o ucranianas para luchar contra el ISIS o Putin. Sin embargo, estos lobos solitarios no son el centro de este análisis. En los últimos años empresas especializadas en proveer servicios de seguridad han tomado las armas en escenarios tan dispares como Siria o Nigeria, pasando por Libia y Yemen. Estos viejos actores han entrado pisando fuerte en el escenario bélico del siglo XXI con un modus operandi y unas propuestas no tan nuevas.
Cuando se evoca al mercenario moderno, a muchos de ustedes les vendrá en mente nombres como Blackwater, así como la imagen del contratista militar estadounidense protagonista de las campañas de Irak o Afganistán. Y es que fue durante estas contiendas cuando la figura de las compañías militares privadas, o PMC por sus siglas en inglés, empezó a tomar vuelo. En Irak, el 50% de tropas estadounidenses desplegadas en el país llegó a ser un contratista, en Afganistán la figura superó el 70% en su punto álgido, si bien no todos estos estuvieron en puestos de combate. Hoy en día se desconoce el tamaño real de esta industria, que está presente en cada nuevo conflicto, desde Nagorno Karabaj, pasando por Yemen o Sudán.
Si bien en las últimas décadas las guerras interestatales parecen estar en vías de extinción, los conflictos mediante intermediarios o guerras ‘proxy’ no han hecho más que emerger como una de las principales formas de contienda en el siglo XXI. Éstas se caracterizan por un enfrentamiento indirecto a través de terceros entre potencias globales o regionales, evitando así una confrontación frontal. Conflictos no lineares en los que los bandos no están claros se prestan a una mayor intervención por parte de aquellos que desean influir en el desenlace de los mismos.
Regímenes como el de Erdogan en Turquía, o el de los ayatolás en Irán han visto en estos combatientes la oportunidad perfecta para perseguir sus intereses geopolíticos en una región extremadamente volátil. De sobra conocidas son las milicias chiíes de Teherán en Líbano e Irak, así como en Afganistán y Yemen. Turquía, por otro lado, parece haber aprendido de su vecino persa, y ha encontrado en estas tropas su mejor baza para proyectar fuerza basada en los últimos delirios de grandeza del ‘sultán’ en Ankara. Mercenarios pagados por Erdogan operan hoy en sitios tan dispares como Libia, Siria o Armenia.
Es en este tipo de enfrentamiento por ‘proxy’, las diferentes PMC han encontrado el filón que financia una de las más boyantes industrias. En ocasiones, el pago de servicios se hace mediante la cesión de territorio, así como derechos de explotación sobre los recursos del mismo como podrían ser pozos de petróleo. Son numerosos los Estados que cuentan hoy en día con este tipo de servicios. No extrañará a muchos de ustedes saber que Emiratos Árabes Unidos cuenta con un contingente de más de 3.000 sudaneses en Libia, sin embargo, si les dijera que también cuenta con unos 1.800 efectivos colombianos en la guerra de Yemen quizás la cosa cambie.
“Hombrecitos verdes” en Donbás
Sin duda, uno de estos grupos con mayor capacidad operativa sea el Grupo Wagner. Este grupo ha demostrado ser un efectivo instrumento de poder a nivel global habiendo participado en operaciones en cuatro continentes a favor, siempre, de los intereses rusos. El grupo Wagner fue creado para su intervención en el conflicto de Donbás en Ucrania. Los denominados como ‘hombrecitos verdes’ protagonizaron la toma de Crimea y la sublevación de los contingentes prorrusos en Lugansk y Donetsk, estableciendo un protocolo de actuación que hizo tambalearse el orden global.
El Grupo Wagner pertenece al magnate Yevgeny Prigozhin. Los lazos de Prigozhin con el Kremlin van más allá de simples vínculos económicos, ya que se le relaciona con el servicio de inteligencia militar de la Federación de Rusia, comúnmente conocido como GRU. Y es que el Grupo Wagner es entrenado por operativos del GRU y cuentan con una capacidad operativa superior a la de muchas unidades de fuerzas armadas occidentales, además de una experiencia acumulada en sitios como Libia o Siria, o incluso como fuerza de formación militar en Venezuela.
Hoy en día estas compañías están tomando un protagonismo en la esfera geopolítica en un área que hasta ahora era un espacio exclusivo del Estado. Si hasta hoy la competencia entre Estados podía tornarse conflictiva, la irrupción de estas nuevas entidades ha acabado de erosionar el supuesto monopolio sobre la violencia que debía de ser ejercido por el Estado.
¿Cuánto tiempo hasta que otros aspectos clave de la soberanía sean cuestionados? ¿Podría una PMC controlar territorio, personas y recursos? ¿Podrían otras empresas desarrollar capacidades estratégicas? No olvidemos el tamaño de ciertas corporaciones modernas cuyas valoraciones en bolsa y sus presupuestos operativos superan con creces el producto interior bruto de muchísimos Estados.
Nos encontramos ante un mundo cambiante. El Estado parece verse superado en muchos ámbitos, incapaz de dar una respuesta adecuada a ciertas amenazas globales. Al menos no por sí solo. Estas amenazas tienen un carácter transnacional y requieren de una respuesta coordinada, de una respuesta conjunta entre diferentes estados. Asuntos como el cambio climático, el tráfico de drogas, el terrorismo, o la inmigración requieren de una nueva flexibilidad en las arquitecturas geopolíticas de las que disponemos.
La erosión del Estado en el panorama internacional es evidente. La teoría realista de las relaciones internacionales ve en el Estado el principal actor, y, sin embargo, durante los últimos 74 años hemos sido testigo de la aparición de nuevas organizaciones que han empezado a cobrar un mayor protagonismo en la escena global. Desde la Organización de Naciones Unidas a la Unión Europea, pasando por organizaciones terroristas transnacionales como Al Qaeda, o la irrupción de las empresas multinacionales en el panorama económico mundial, vemos una constante pérdida de protagonismo del Estado frente a estos nuevos actores.
Esta erosión del Estado es evidente, y puede resultar peligrosa. En un mundo cada vez más globalizado en el que la interdependencia internacional es cada vez mayor, paradójicamente, los sentimientos nacionalistas y aislacionistas están al alza.
Sin embargo, los retos y amenazas a los que se ha de enfrentar el Estado superan su configuración territorial y política. Estos retos son de carácter transnacional, y en ocasiones, el Estado se ha mostrado incapaz de darles una respuesta adecuada en solitario. La propia pandemia del SARS-CoV-2 ha evidenciado la falta de capacidad de reacción de este tipo de organización política y territorial. En verdad personas, bienes, dinero, drogas e incluso enfermedades tienen enormes facilidades en atravesar estas líneas imaginarias denominadas fronteras que dividen a los distintos Estados.
Nos encontramos verdaderamente ante un cambio de paradigma en las relaciones internacionales. Al tradicional Estado le ha salido competencia en la escena internacional, ya sea como complemento o como sustituto. Quizás el Estado esté perdiendo presencia. Quizás se dé el caso en que ya no es el actor principal. Quizás haya empezado a compartir escena con nuevos actores, más jóvenes y menos experimentados, que, sin embargo, no están pasando desapercibidos ante un público que ansía una mayor atención y mayor compromiso por parte de los figurantes.
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