Política exterior
Robert Malley, el hombre de Biden para reflotar el acuerdo nuclear con Irán
El politólogo participó en las negociaciones del pacto con Teherán en 2015 como asesor de seguridad nacional de la Administración Obama
El candidato Joe Biden prometió que su país cambiaría el rumbo respecto a Irán y, ya como presidente de Estados Unidos, tiene el arquitecto para comandarlo. Se trata de Robert Malley, abogado, politólogo, curtido en los Gobiernos de Barack Obama, donde ejerció primero en el consejo de Seguridad Nacional y luego como asesor especial sobre el Estado Islámico. Reconocido experto en las cuestiones geoestratégicas de Oriente Medio, ha consagrado los últimos años a dirigir el “think tank” International Crisis Group, fundado en 1995 y dedicado, según su propia web, a promover las soluciones pacíficas, prevenir las guerras y contribuir a fortalecer la paz en el mundo.
En el menú principal de Malley, el plato fuerte es el regreso de Irán al acuerdo nuclearsuscrito con Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Rusia, Alemania, China, Francia y la Unión Europea. Donald Trump llegó a la Casa Blanca con la firme promesa de desarbolar el pacto, que consideraba desastroso, y sus últimos años en la Casa Blanca han estado marcados tanto por la escalada de las agresiones entre los dos países como por el abandono del acuerdo y las nuevas sanciones económicas y diplomáticas impuestas por Washington.
En el lado del debe la Administración Trump supo reconducir los peores momentos de la crisis con Irán sin terminar envuelta en un conflicto armado ni, por otro lado, renunciar a sus reclamaciones. De hecho, podría argumentarse que el asesinato del general Soleimani demostró que era posible confrontar a los elementos más extremistas del régimen sin deslizarse de forma irremediable por la pendiente que conduce a la guerra.
Entre las objeciones que los hombres de Biden acostumbran a formular destaca el convencimiento de que Trump y su secretario de Estado, Mike Pompeo, no lograron tejer una alternativa mejor al acuerdo multilateral y que, en definitiva, Oriente Medio es hoy un lugar más inseguro, pues no hay base sobre la que trabajar. Los iraníes han retomado la producción de uranio enriquecido y, en definitiva, consideran que el pacto es ya un papel mojado.
A Malley, por tanto, le corresponde liderar y resucitar un acuerdo cocinado durante años mientras convence a los ayatolás de que la mejor solución para todos consiste en respetar el espíritu de lo firmado. No puede prometer abrazos, ni mucho menos levantar las sanciones si Irán insiste en mantener su programa nuclear, verdadera amenaza existencial para aliados tan decisivos como Israel.
Más allá de la urgencia por evitar que una dictadura teocrática, que ha prometido enterrar en el mar a Israel, logre hacerse con la bomba atómica, palpita el propósito de que abandone su apuesta por el terrorismo. Como señaló en tantas ocasiones el general Jim Mattis, Irán es uno de los principales responsables de la eterna inestabilidad que sufre la zona. Los afanes de dirigentes como Soleimani, entre mesiánicos e imperialistas, lo han llevado a trabajar con todos los enemigos de las libertades y a financiar los crímenes más horrendos.
Al mismo tiempo, el Gobierno de Estados Unidos también quiere conseguir que el país de los primeros pasos eternamente pospuesta y largamente anhelada transición hacia la democracia. Sobre este particular destaca la carta firmada hace una semana por varias personalidades, y redactada por una organización llamada Unión Nacional para la Democracia en Irán (NUFDI). En ella acusan a Malley de ser un posibilista, pragmático, con un interés nulo en las violaciones de los derechos humanos, el encarcelamiento de disidentes, la situación de presos políticos y las denuncias por torturas y ejecuciones sumarias que salpican a un régimen para el que la separación de poderes y el resto de valores liberales son sinónimo de decadencia occidental.
A esta misiva le ha sucedido otra, atronadora, firmada por más de 200 académicos, diplomáticos, activistas por los derechos humanos y ex presos políticos iraníes, así como por casi una treintena de organizaciones, entre otras el Center for International Policy, Democracy for the Arab World Now, el Foreign Policy for America, el National Iranian American Council, la Open Society Foundations y The Quincy Institute.
Defienden su currículum como inveterado luchador contra el totalitarismo y en favor de la democracia. Describen a Malley como un «analista astuto y un consumado diplomático», recuerdan su papel como «negociador jefe de la Casa Blanca en las conversaciones que condujeron al acuerdo nuclear de 2015 con Irán», que describen como un «sólido acuerdo multilateral que frenó significativamente el programa nuclear».
También subrayan que ha sido «fundamental para el regreso seguro de los rehenes estadounidenses en poder del Gobierno iraní, un papel que desempeñó durante su tiempo con la Administración Obama, así como después». Aquellos que acusan a Malley de simpatizar con la República Islámica, añaden, «no comprenden, o no tienen interés en comprender, la verdadera diplomacia, que requiere de una comprensión sensata de las motivaciones de la otra parte, un conocimiento que solo se puede adquirir a través del diálogo».
Para el escritor Jason Rezaian, del “Washington Post”, no es necesario enfatizar el compromiso de Malley con los derechos humanos. Bastaría con leer el contundente informe del International Crisis Group, publicado en 2019 y coordinado por el propio Malley, y su implacable análisis de la situación política en Irán y las lecciones que pueden extraerse de las recientes protestas y su ulterior, y brutal, represión. Por otro lado al Gobierno de Biden le tocará responder también a las legítimas preocupaciones de muchos de los vecinos de Irán, empezando por Israel, y que van más allá del enriquecimiento de uranio y el programa nuclear.
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