Canal de Suez
Era una tarde de verano en Egipto. La brisa del mar que baña Alejandría ni siquiera conseguía sofocar el calor procedente del desierto. En la emblemática plaza Mohamed Ali esperaban miles de personas para aclamar a Gamal Abdel Nasser, el militar que había derrocado al rey Faruk, con la promesa de devolver el poder a los pueblos árabes. Nasser, un fenómeno de multitudes, subió al estrado y empezó a hacer bromas con la arrogancia de Occidente. Habló de imperialismo, de sometimiento y de que nunca más su país sería manipulado. Los asistentes rugían felices en lo que parecía una nueva exhibición retórica de su líder más carismático. Cuando, de pronto, el presidente anunció por sorpresa la nacionalización del canal de Suez y declaró que todas las empresas que operaban allí pasarían a ser estatales.
En Reino Unido y Francia, que hasta entonces se repartían el negocio del paso de los barcos por el estrecho, corrió un escalofrío. Meses más tarde de aquel 26 de julio de 1956, Israel invadió la península del Sinaí, con el apoyo aéreo de Francia y Reino Unido. La guerra causó decenas de miles de bajas del lado egipcio, pero el canal ya nunca más dejó de pertenecer al Estado. Desde entonces hasta hoy el tráfico por este paso que acorta la ruta entre Asia y Europa se ha convertido en la principal fuente de divisa extranjera para las arcas egipcias. El mundo ha cambiado, en los negocios ahora ganan todos, no solo el nacionalismo. Los 4.700 millones de euros anuales que ingresa Egipto no son nada comparado con el dinero que se mueve por aquí. Cerca del 12% del tráfico marítimo de mercancías a nivel mundial, buena parte de las reservas de petróleo y gas licuado que llegan a Europa, más de 8.000 millones de euros diarios.
Todo eso ahora queda en manos de cuatro excavadoras.
La imagen ha dado ya para suficientes chascarrillos virales. Pero es que los mayores esfuerzos continúan en esas palas que tratan de retirar arena de los márgenes del canal en el que ha quedado encallado el «Ever Given». Sus 400 metros de eslora y 220.000 toneladas componen una ciudad flotante. Pareciera que un insecto está tratando de sacar a un elefante de una madriguera. Y, por momentos, ayer pareció que la epopeya podría terminar en hazaña. La autoridad del canal de Suez informó de que ya han completado un 87% de los trabajos para desencallar el buque, gracias a la extracción de 17.000 metros cúbicos de tierra, según la agencia Efe. La empresa japonesa Shoei Kisen Kaisha, propietaria del carguero, especuló con que en la tarde de hoy podía haber final feliz, aunque luego se desdijeron de estos cálculos optimistas. Mientras tanto, más de 230 barcos esperan a que termine el atasco.
Algunas compañías han perdido ya la paciencia. Al menos tres petroleros han cambiado la ruta para desviarse hacia el cabo de Buena Esperanza, en el extremo meridional africano. El viraje supone tener que rodear toda África para llevar las mercancías a su destino, ya sea de Asia a Europa o viceversa. En la práctica, esto se traduce en miles de kilómetros y días extra de navegación.
Los retrasos se acumulan ya en todos los puertos, aunque todo cálculo no es más que una proyección, en muchos casos interesada. El mercado energético ha sido extremadamente volátil esta semana, con continúas subidas de precio y posteriores correcciones a la baja. Ayer, al petróleo Brent, el que se utiliza como referencia en Europa, le tocó subir más de un 4% en los mercados.
Se da por descontado que el aleteo de los remolcadores en el canal de Suez encarecerá las facturas en Albacete. Pero todo dependerá de si esas grúas, esas excavadoras y esos operarios tardan horas, días o semanas en sacar de ahí al gigantesco barco. Ayer, la CNN anticipó que un equipo de expertos estadounidense se estaba desplazando hacia Egipto para contribuir en las operaciones. Se sumaría a sendos grupos de Japón y Países Bajos, que se coordinan con las autoridades locales.
En Egipto, siempre han proliferado estas colosales obras de ingeniería. No hace falta irse hasta los faraones. Volviendo a Nasser, en 1956 no solo le dio para nacionalizar el canal, sino que también emprendió la construcción de la presa de Asuán, con la que debía terminar con las inundaciones periódicas del bajo Nilo. La amenaza que representaba el líder panarabista provocó que Estados Unidos y Francia se negaran a financiar la construcción de la presa, como habían prometido, por lo que Nasser se echó en brazos de la URSS. Todo geopolítica. Hubo que retirar decenas de templos y estatuas de los márgenes del Nilo, en una campaña promovida por la UNESCO. Otro líder con aspiraciones de pasar a la Historia, Abdel Fatah Al Sisi, completó en 2015 el desdoblamiento de una parte del canal. No ha sido suficiente para impedir el accidente, pero estas obras siempre se terminaron.