Crisis política

La división de Irlanda cumple cien años en pleno caos del Brexit

El alineamiento comercial entre el norte y sur de la isla resucita la tensión entre católicos y protestantes y acerca la reunificación irlandesa

Las barricadas han vueltos a los barrios de Belfat, capital del Irlanda del Norte
Las barricadas han vueltos a los barrios de Belfat, capital del Irlanda del NortePeter MorrisonAgencia AP

La frontera de Irlanda del Norte con la República de Irlanda siempre supuso el principal escollo del Brexit. Los 500 kilómetros que dividen la isla conforman ahora (junto con Gibraltar) la única frontera terrestre que existe entre Reino Unido y la Unión Europea tras el histórico divorcio. No se trata de una línea recta, sino de un garabato que atraviesa el mapa como si fuera el trazo torpe de un niño dividiendo ríos, cortando campos e incluso, en algunos casos, “partiendo” los propios hogares, donde el comedor está en el norte y las habitaciones en el sur.

Este lunes se cumplen 100 años de la división de Irlanda. Y los analistas se plantean si la partición seguirá existiendo a corto plazo porque el alineamiento comercial entre el norte y el sur forzado por el Brexit ha incrementado el “momentum” hacia un alineamiento político causando, de nuevo, grandes enfrentamientos en Belfast entre los católicos-nacionalistas (aquellos que quieren ser parte de la República del Sur) y los protestantes-unionistas (aquellos que quieren seguir siendo parte del Reino Unido).

La crisis ha llevado esta semana a la ministra principal de Irlanda del Norte, la unionista Arlene Foster, a presentar su dimisión, lo que amenaza el Gobierno de coalición entre los republicanos del Sinn Fein y los monárquicos del DUP, obligados a entenderse por un Acuerdo de Paz que ahora se tambalea.

Para intentar relajar la tensión, la “solución” por la que ha apostado el “premier” Boris Johnson es suspender de manera unilateral partes del Acuerdo del Brexit firmado con la UE, para retrasar hasta octubre los nuevos controles aduaneros que debían haberse implementado tras el divorcio, lo que ha creado un nuevo conflicto con Bruselas. En definitiva, un auténtico caos.

La dimensión política de Irlanda y sus implicaciones tanto para Bruselas como para Washington (donde existe un gran “lobby” irlandés) siempre han sido sumamente complejas.

La historia más reciente se remonta al lunes de Pascua de 1916, cuando menos de 2.000 insurgentes, sin apenas entrenamiento militar y pobremente armados, se lanzaron a las calles de Dublín para tomar la ciudad y enfrentarse al Ejército del todopoderoso imperio de Su Majestad. La rebelión era la primera gran revuelta del nacionalismo y republicanismo irlandés en más de cien años, prácticamente derrotado después de ocho siglos de ocupación británica de la isla.

Para los ideólogos rebeldes no fue fácil de encajar. Parecía que Irlanda estaba ya abocado a convertirse, como Escocia, en una región más de Reino Unido, que, además, luchaba en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) con 150.000 irlandeses integrados en las filas de su Ejército.

Pero el Levantamiento despertó las conciencias nacionalistas y llevó, tras la Guerra de Independencia, a la creación en 1922 de un Estado Libre Irlandés, compuesto por 26 condados, precursor de la actual República de Irlanda, fundada en 1949. A cambio, Dublín aceptaba la división de la isla y dejaba en manos de Londres seis de los nueve condados del Ulster, lo que pasó a ser la provincia británica de Irlanda del Norte.

Pero no fue el fin de los sangrientos enfrentamientos. En la década de los 80 y 90, católicos y protestantes, apoyados por el IRA y el Ejército británico respectivamente, volvieron a las armas. Se logró la paz en 1998 por el “Acuerdo de Viernes Santo”, donde se especificaba la ausencia de barreras entre el norte y sur de la isla. Es decir, nada de controles, nada de verjas, nada de cámaras.

Mientras Reino Unido era miembro de la UE todo era sencillo, con la libertad de movimiento de personas y mercancías. Pero, ¿cómo se arreglaba ahora todo eso con el Brexit? La que fuera “premier” Theresa May llegó a proponer la práctica solución de dejar a Reino Unido dentro de la unión aduanera. Pero eso impedía a Londres cerrar acuerdos comerciales con terceros países (prioridad para euroescépticos). Aquello supuso la puntilla para forzar su dimisión.

Cuando Johnson tomó las riendas, se decidió dejar a la provincia británica con un estatus diferente al del resto de Reino Unido. Para evitar una frontera dura en la isla, la división se puso en el mar de Irlanda, que separa a Irlanda del Norte de Gran Bretaña (Inglaterra, Escocia y Gales). Los controles, por tanto, deben realizarse ahora en los puertos norirlandeses.

Los unionistas del DUP se sienten traicionados y han forzado la dimisión de su líder, Arlene Foster, ministra principal norirlandesa, acusándola de no haber gestionado bien la situación. Aunque la cuestión de fondo va más allá. El DUP están perdiendo apoyo ante el auge del TUV, el que podría llamarse “Vox” unionista. La formación, capitaneada por Jim Allister, se creó en 2007. Pero es ahora cuando está tomando gran protagonismo ante la crisis que se vive en la provincia británica.

El DUP quieren ahora radicalizar su discurso para recuperar votantes y Foster se ha convertido en cabeza de turco, después de que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, se abstuviera recientemente en una moción que pedía la prohibición de la terapia de conversión gay, en lugar de rechazarla.

Con el voto unionista ahora dividido y los grandes problemas burocráticos por los nuevos controles aduaneros, los católicos del Sinn Fein tienen cada vez más posibilidades de convertirse en la formación más votada de cara a las elecciones a la Asamblea de Belfast del próximo año. Y esto les llevaría automáticamente a plantear un referéndum para conseguir el objetivo por el que vienen luchando desde hace cien años: la reunificación de la isla.