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Una habitante de un «kibutz» fronterizo con Gaza: «Tenemos 15 segundos para protegernos»

Hamas lanza unos diez cohetes al día contra esta comunidad. Para Lotem, que tiene puntas de misil en su jardín, «es imposible vivir»

Los primeros instantes de la conversación con Laura Lotem estuvieron marcados por sonoros «boom» de fondo. Esta israelí residente del kibutz Nir Yitzhak –pegado a la franja de Gaza–, lleva ya más de una semana durmiendo en el refugio antibombas de su casa. Entre paredes de cemento armado y una puerta de robusto metal con cierre hermético, dentro del habitáculo dispone de la cama de matrimonio donde duerme junto a su marido y un escritorio con un ordenador. A diferencia de los israelíes de otras regiones, para los residentes de «Otef Aza» (comunidades fronterizas), ésta es una traumática rutina a la que están sometidos hace ya veinte años.

«En el momento en que suena la alarma, debemos protegernos. Aquí solo disponemos de 15 segundos desde que se dispara la alerta, así que no me alejo más de dos metros de la puerta de casa», explicó. Durante la videoconferencia intenta mostrar los límites del kibutz, donde los tanques y jeeps de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) van arriba y abajo. Y no solo eso: «Aquí al lado hay una batería de la ’'Cúpula de Hierro’'. Hay una fortísima explosión cada vez que sale un misil, que persigue al cohete que nos han disparado».

En la mesa del jardín, acumula dos puntas de misiles de intercepción, que según precisa causan destrozos ocasionalmente. «Aquí ya han provocado daños tres veces. Además, un proyectil de Gaza rompió todos los cristales de la sala comunitaria para la tercera edad», aseguró. Y añadió: «Dan ganas de llorar. Si hubiera habido gente dentro, no quedaría nadie vivo». Durante la pasada semana, las alarmas sonaron un promedio de nueve o diez veces al día.

Lotem mostró su profundo agradecimiento a los jóvenes soldados de las FDI: «Gracias a Dios tenemos al Ejército, que nos están defendiendo con una labor increíble. No es posible que nos manden los misiles y nos quedemos de brazos cruzados. Es imposible vivir así». Durante el día, se dedica a cocinar pasteles para los reclutas: «Es la única forma en la que podemos cooperar. Un pastel casero y sabroso es la mejor forma de abrazarlos». Son horas de fuego intenso, y los estruendos siguen interfiriendo la comunicación. En anteriores escaladas, amigos de Laura en otras zonas más tranquilas del país le ofrecían mudarse a sus casas hasta que terminara el vaivén de misiles. «Pero ahora todo se tornó una anarquía, y me da hasta más miedo salir del kibutz», dijo refiriéndose a los choques violentos entre árabes y judíos en urbes mixtas de Israel.

Además, quiso hacer constar que pese a que ella y su marido si pasan las noches resguardados entre paredes de hormigón armado, «hay mucha gente en Israel que no tiene el privilegio de tener refugio en casa. Tienen que sacar a los niños dormidos en medio de la noche y correr a las escaleras, porque no hay protección en el edificio. Son situaciones muy tensas». Según explica, las familias jóvenes con niños pequeños residentes en el kibutz ya lo abandonaron hace días, en busca de cobijo en casas de familiares o amigos en otras zonas del territorio.

Mientras, su marido, como tantos miles de personas, debía mantener su rutina laboral bajo el vaivén de proyectiles. «Él es jardinero. El primer día de conflicto, sonaron las alarmas a las seis de la mañana. Estaba trabajando en territorio abierto… y le grité: ’'¡Vuelve a casa, pégate al refugio!’' Esto es durísimo».

Desde su «búnker», Lotem piensa en el sufrimiento que viven al otro lado de la frontera: «No tienen opción, y eso me duele. Y si quieren otra cosa [en lugar de Hamas], no pueden, están amenazados. Agarran a sus hijos como escudos humanos. Es de miedosos asquerosos». Comparó la conducta del grupo islamista con las organizaciones del narcotráfico de México, su país natal. «O cooperas, o te matan. Si llega alguien armado, y coloca misiles en zonas pobladas, no tienes alternativa. Es la ley de la selva». Y zanjó: «Ojalá que algún día podamos volver a tomar café en Gaza, como en el pasado».

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